Datos sobre El Cid
Jimena se casa con Rodrigo Díaz, alférez y juez de Castilla (campidoctor), el 19 de Julio de 1074. El Cid tiene 31 años. No es desterrado hasta 1081.
Tienen dos hijas, Cristina y María, y un hijo, Diego.
En 1098, cuando Rodrigo Díaz de Vivar va a Barcelona a casar a su hija María con el Conde Ramón Berenguer III, un monje de Ripoll le regala un poema a él dedicado titulado Carmen Campidoctoris y que es cien años anterior al Poema del Mío Cid.
Parece ser que la enemistad del rey Alfonso VI con el Cid no partió del juramento, obligado, si quería ser rey de Castilla, sino que lo originó una incursión andalusí a Soria (1080) que el Cid persigue, entrando en el reino de taifa de Toledo y que saquea, pese a estar, en teoría, al amparo del rey de Castilla. Anteriormente el rey Abdalá de Granada, ayudado por García Ordoñez, había atacado a Al Mutámid de Sevilla, que estaba apoyado por el Cid. Éste último ganó la batalla e hizo prisionero a García Ordoñez, protegido del rey Alfonso y eterno enemigo del Cid.

Exiliado, solicita entrar al servicio de Ramiro de Aragón y/ó de Berenguer Ramón II de Barcelona, que lo rechazan, por lo que lo hace en favor de Mutámid de Zaragoza, de la familia de los ben Qasir (hijos de Casio, de origen tardorromano). El Cid y Mutámid se enfrentan a los dos ejércitos combinados del musulmán Mundir de Lleida y de Berenguer Ramón II, el fratricida, los derrota y hace prisionero a este último.
En 1086 Alfonso VI es derrotado por los almorávides en Sagrajas. Alfonso le perdona el destierro y lo llama, por lo que deja Zaragoza. En 1088, aparentemente, incumple una orden del rey en el sitio y toma de Aledo retardando su encuentro con las tropas reales y haciendo una estancia en Villena. Alfonso lo condena a un segundo y definitivo destierro con expropiación de bienes. Desde este momento Cid es un ronin. Es independiente de obediencia a nadie.

Alfonso VI se alía con Ramiro de Aragón y Berenguer Ramón II de Barcelona y atacan Tortosa, ciudad tributaria del Cid y marchan sobre Valencia. Rodrigo Díaz, que está en Zaragoza en estos momentos, toma represalias y entra en la Rioja castellana en una campaña de saqueo. Nadie se atreve a enfrentarse a ellos. Desde este momento, sólo los almorávides representan un peligro para su tropa. Entonces decide, por su cuenta y sin apoyo de ningún rey, la toma de Valencia a la que pone cerco en 1093. Nadie consigue ayudar a los sitiados y tras cerca de un año de asedio, la ciudad se rinde en junio de 1094. Rodrigo toma posesión de la ciudad con el título de príncipe. Igualmente podría haberlo hecho como rey. En septiembre, un sobrino de Yusuf ataca Quart de Poblet, pero es derrotado por las tropas del Cid. Vuelven a intentarlo en 1097, esta vez por Gandía y vuelven a fracasar. Éste mismo año, su hijo Diego entra al servicio de Alfonso VI y participa en la batalla de Consuegra frente a los almorávides. Los cristianos son derrotados y Diego pierde la vida.
En 1098 toma Murviedro (Sagunto) y consagra la catedral de Santa María en Valencia. Muere en 1099 (no se sabe la causa) y es enterrado en la catedral. Jimena mantiene Valencia frente a los almorávides, ayudada por su yerno, Ramón Berenguer III hasta mayo de 1102. En esta fecha, Jimena y los despojos del Cid abandonan la ciudad a los almorávides después de quemarla, ayudada, esta vez sí, por Alfonso VI (que, no olvidemos, era su tío).
Son estos hechos los que hacen que estén enterrados Rodrigo y Jimena, en principio, en San Pedro de Cardeña (Burgos). Nunca había sido intención de Rodrigo acabar allí, pero sus restos estuvieron en el monasterio durante siete siglos.
En 1272 el rey Alfonso X dispone para el Cid un lugar de privilegio: un gran sepulcro, labrado en dos piedras muy grandes, acoge los huesos del Campeador en la Capilla Mayor, en el lado de la Epístola. A su lado, un poco más abajo, en sepulcro de madera policromada, los restos de Doña Jimena. Alrededor de la piedra del sepulcro del Cid se talla en caracteres góticos la siguiente inscripción: BELLIGER INVICTUS, FAMOSUS MARTE TRIUMPHIS, CLAUDITUR HOC TUMULO MAGNUS DIDACI RODERICUS. Inscripciones de tono similar cubrían la parte superior del sepulcro.
Pero la relación del monasterio con los restos del Cid ha sido de todo menos fluida. La decisión del Abad Don Pedro del Burgo de derribar la iglesia en 1447, obligó a remover todos los sepulcros. El de Rodrigo Díaz fue colocado frente a la entrada a la sacristía, sobre cuatro leones de piedra. Las obras prosiguen en el monasterio y en 1541 el Abad Fray Lope de Frías, de acuerdo con la comunidad, decide un nuevo traslado del sepulcro que, tras la construcción del Coro y de las gradas del Presbiterio, es un estorbo para la celebración del culto. El Abad parece presentir los problemas que se avecinan, pues pretende hacer el traslado en secreto, pero la noticia se filtra y concurren al monasterio multitud de curiosos “no solo Caballeros de Burgos, sino también personas de Francia. Al abrir la caxa, despidiä de si vna fragancia confortativa; y se reconociä, que no faltaba huesso alguno”
En Burgos, la noticia del traslado fue muy mal recibida. Don Pedro Fernández de Velasco, duque de Frías y Condestable de Castilla, de acuerdo con el Regimiento de la Ciudad de Burgos, envía a Cardeña a varios Regidores, para pedir al Abad que devuelva los sepulcros al lugar de honor que antes ocupaban, en nada comparable al actual. El sepulcro de Doña Jimena había sido trasladado al claustro y el del Cid al lateral del Evangelio. El Abad y la Comunidad se niegan a la petición del Condestable y de la Ciudad. No queda más remedio que recurrir al Emperador Carlos V, que despacha una real cédula con la orden tajante de que los sepulcros se restituyan a su lugar primitivo. Ante el incumplimiento de su orden anterior, el emperador se expresa de manera muy enérgica, dando un plazo de cuarenta días para restituir los sepulcros a sus antiguos emplazamientos, bajo multa de 10.000 maravedíes si así no se hace, y prohíbe que “ni agora ni en ningún tiempo se muden de lugar”.
La disputa sobre el derecho del Cid a ocupar el lugar preferente de enterramiento prosigue. Hay partidarios de Doña Sancha, reina fundadora, de Don Alfonso el Magno, que reedificó el Monasterio, o de Garci Fernández, que lo restauró, como personajes más dignos de ocupar el centro de la Iglesia, pero en 1679 Carlos II visita Cardeña y sentencia: “El Cid no fue rey, pero hizo reyes”, recordando el famoso lema de los Liñán:
Reyes vienen de nos
que nos de reyes, non.
En 1736 los monjes construyen una capilla por orden de Felipe V, bajo la advocación de San Sisebuto, a la que trasladar todos los restos repartidos por los diversos sepulcros de la Iglesia y allí van a parar los restos del Cid.

En 1808 el ejército francés toma Burgos. El príncipe Salm Dyck, el conde de Girardin y el caballero Delamardelle visitan Cardeña, profanan las tumbas y recogen algunos huesos del Cid y de Jimena, que se llevan de recuerdo. Un acta fechada en París el 10 de abril de 1811 y firmada por los tres personajes, atestigua el hecho.
A comienzos de 1809 llega a Burgos, para hacerse cargo de la Capitanía General de Castilla la Vieja, el general Paul Thiebault, quien, ya sea para congraciarse con el pueblo, ya por su talante más moderado y respetuoso, pone freno a los desmanes de las tropas de ocupación y procura remediar sus consecuencias. Cuando visita Cardeña se encuentra un panorama desolador y decide trasladar los restos del héroe a Burgos, para colocarlos, no en una iglesia, sino en un lugar céntrico y frecuentado, a la vista del pueblo, a quien ha de servir de ejemplo. Mostrando una sensibilidad digna de elogio, escribe una carta a José I el 3 de marzo de 1809:
Vamos a trasladar a Burgos los restos de su tumba y los reuniremos en medio de una plantación de árboles que he hecho preparar entre dos puentes (paseo del Espolón). El honor de reedificar la tumba del Cid y de recolocar en ella sus despojos mortales con toda la solemnidad de una ceremonia civil y militar, será para mí una gran recompensa…
El rey José le dio permiso para edificarla. Los restos del Cid y Jimena estuvieron en el Espolón desde el 19 de abril de 1809, en el que se inauguró el monumento, hasta el 18 de junio de 1826, fecha en la que se destruyó el monumento completamente, de modo que hoy día ya no nos ha llegado ni el más mínimo resto de él. Esto fue así porque el abad de Cardeña Fray Emeterio de Sara insistió en que se devolvieran al monasterio los huesos, sepulcro y rejas.
Dadas las siempre tirantes relaciones entre la Comunidad de Cardeña y los regidores de Burgos, es de entender que éstos últimos no se mostraran muy diligentes. El 28 de mayo, Fray Emeterio de Lara, Abad del Monasterio, solicita la devolución de los restos señalando que el Monasterio en general, y la capilla de San Sisebuto en particular, están reconstruidos, que en dicha capilla reposan las hijas del Cid (¿?) y sus más señalados caballeros, y que su derecho se basa en la última voluntad del héroe (¿?). El 18 de Julio de 1826 se desmonta el panteón y la caja de madera es llevada a las Casas Consistoriales, donde se abre en presencia del Corregidor, representantes del Ayuntamiento, de los monjes de Cardeña y diversos testigos. El acta de exhumación da fe del contenido, que corresponde exactamente a lo descrito en el acta de 19 de abril de 1809, cuando se procedió a su cierre. La novedad está en que, por primera vez, se enumeran los restos. Don Cipriano López y Don Pablo Pastor, cirujanos, identifican los restos como humanos; Los huesos fueron separados en dos cajas, que, tras ser cerradas, se depositaron en la Capilla de las Casas Consistoriales. El 30 de Julio las cajas abiertas fueron expuestas al público en la Sala Principal. Una vez cerradas y puesto el sello del Monasterio, son transportadas con todos los honores, bajo escolta militar, hasta los límites de la ciudad, donde se ratifica la entrega a los monjes para su inhumación en Cardeña.
La desamortización vuelve a despoblar el Monasterio y el triunfo progresista de Espartero en 1840 desata un sentimiento antirreligioso que explica la carta que un centenar de ciudadanos dirigen el 30 de septiembre al presidente de la Junta Provisional de Gobierno, solicitando que se traigan a Burgos los restos del Cid y su esposa, abandonados en el desierto Monasterio. La Junta da el visto bueno el 1 de octubre y el Ayuntamiento el 3 de octubre.
Ante la falta de dinero, los Procuradores Síndicos proponen que los restos sean traídos a las Casas Consistoriales y custodiados en su Capilla hasta que se construya el monumento previsto. El 19 de junio de 1842, y en presencia de las autoridades civiles y militares, se procede en Cardeña a la apertura de los sepulcros, que, aparentemente, no han sido tocados desde 1826. El cirujano titular, Don Cipriano López, va extrayendo y mostrando al público los “fémures, tibias, peronés, cubitos, radios, caderas, calaveras, clavículas, omoplatos, esternones, costillas y columnas vertebrales”. En el nicho correspondiente a los huesos del Cid aparece “una botella de vidrio negra y muy fuerte, de la hechura de las que se hacen para la cerveza de cabida como de cuartillo y medio, bien tapada” donde se encuentran esquirlas de huesos. También se hace notar la falta de los mismos huesos que se citaron en 1826.
Por encargo del Ayuntamiento se ha construido una urna, obra de Gregorio Moneo, dentro de la cual el cirujano Don Cipriano López va colocando, después de reconocerlos, los huesos del Cid y de Doña Jimena en dos compartimientos diferentes. Tras la firma del acta correspondiente, la urna queda en la Capilla de las Casas Consistoriales. Se restituyen a España los huesos del Cid y de Doña Jimena que fueron sustraídos del Monasterio de San Pedro de Cardeña en 1808 por el príncipe Salm Dyck, el conde de Girardin y el caballero Delamardelle. Según la documentación que se adjunta al proceso, dichos huesos fueron donados, en 1857, por el príncipe de Salm Dyck al príncipe Carlos Antonio de Hohenzollern, que los depositó y custodió en su museo de Sigmaringen.
Tanto el acta de 10 de abril de 1811, firmada por el príncipe Salm Dyck y sus compañeros, como el documento de reconocimiento de los restos que firman el 24 de abril de 1882 en el museo de Sigmaringen el Sr. Tubino, el Sr. Lehner, el doctor Kock y el doctor Lauser no hacen sino incrementar las contradicciones entre los distintos documentos.
Así, en el acta de 1811 se enumeran los siguientes huesos: del sepulcro del Cid, el hueso de la mandíbula inferior, con sus dientes; un fragmento del cráneo del lado de la oreja y otro que formaba el occiput, además de otros pedazos de cráneo. Del de Jimena, el esternón y los dos fémures. El Sr. Delamardelle se queda con la parte del occiput y un fémur de Jimena; el resto, el príncipe de Salm Dyck. En el documento de 1882 los huesos que están en la urna son los siguientes: un pedazo de la mandíbula inferior, con tres molares, un fragmento de parietal, un fragmento del occiput, que el doctor Kock atribuye a una mujer por ser el tejido más delicado, una vértebra lumbar, un esternón y un fémur del lado derecho, perteneciente al individuo a quien correspondía la mandíbula. Para nada concuerdan estos datos con las actas de 18 de Julio de 1826 y de 19 de junio de 1842, en las cuales el cirujano Don Cipriano López certifica la integridad de los huesos de las extremidades y sólo hace referencia a la pérdida de huesos pequeños: metacarpianos, falanges, etc. Como se verá más adelante, todavía en 1930 siguen apareciendo huesos del Cid, aumentando, si cabe, la confusión.

Se depositan en las Casas Consistoriales, junto a los restos que allí se conservan. Durante los 40 años siguientes sólo hay pequeñas “molestias”. En junio de 1891 los restos (esquirlas óseas) que estaban en una botella de cerveza se colocan, dentro de la urna, en una caja de cristal. En 1893, a instancias del conde de Berberana, se asegura la tapa de cristal con tres llaves que custodiarán tres personas distintas. El último capítulo de la historia parece cerrarse el 21 de Julio de 1921, cuando, con asistencia del rey Alfonso XIII, los restos del Cid y su esposa son trasladados desde la Sala de Jueces del Ayuntamiento, donde han estado custodiados por soldados del Regimiento de Lealtad, hasta el crucero de la catedral. Allí, a ras de suelo, según la más antigua tradición, es depositado el sarcófago, junto a una copia del acta de traslado e inhumación. Todos los lugares vinculados a la historia del Cid han enviado su representación: el arzobispo de Valencia, el duque del Infantado, también conde del Cid, los alcaldes de Vivar, Cardeña o Burgos. Una gigantesca losa de mármol cierra la cripta. En ella, grabados en latín, los nombres de Rodrigo Díaz de Vivar y de su esposa Jimena con unos versos del Poema del Cid.
El certificado firmado por los doctores D. Mariano Páramo Alonso y D. Pedro Rojas Arija, médicos de la Beneficencia Municipal de Burgos, convocados para el reconocimiento de los restos, no se parece en nada a las detalladas actas de 1826 ó 1842. Según los doctores, en la caja, dividida en dos compartimentos, “se aprecia a simple vista la existencia de huesos humanos, de color pardo-oscuro y de persona adulta: examinados, se ve que falta algunos, que la mayoría están incompletos, rotos, abundando los fragmentos, esquirlas y polvo de estos. Por la longitud de uno de los fémures, de los correspondientes al Cid, se deduce positivamente, que la talla de este no fue inferior á 170 cm; y por el tamaño de una de sus clavículas, se puede sospechar que era de gran amplitud su caja torácica. De lo que antecede deducimos, que los restos examinados corresponden a dos esqueletos humanos de adultos, que pertenecieron unos a varón y otros a hembra”. ¿Cómo explicar las discrepancias entre lo que describe D. Cipriano López en 1842 o los restos certificados en el documento de 1882 y el ruinoso estado de los que da fe el acta de los doctores Páramo y Rojas? ¿Las condiciones de conservación en la capilla de las Casa Consistoriales eran peores que en los sepulcros del monasterio de San Pedro de Cardeña donde los huesos permanecieron ochocientos años? Si se toma en consideración tanto a Berganza como al contenido de las actas de exhumación del siglo XIX, los huesos del Cid y de su esposa, salvo la desaparición de algunos de pequeño tamaño, presentan un buen estado de conservación. Bastan 79 años de permanencia en su urna del Ayuntamiento para que aparezcan fragmentados, rotos, reducidos a esquirlas y polvo, amén de la desaparición de parte de ellos. El descanso eterno de los huesos del Cid vuelve a interrumpirse cuando, en agosto de 1929, de forma sorprendente, aparece otro hueso, el radio del brazo izquierdo, que ha vivido su particular aventura. La historia está plagada de contradicciones, pero fue dada por buena por las autoridades de la época, tanto por el arzobispo Don Manuel de Castro, como por el alcalde y cronista de la ciudad, Don Eloy García de Quevedo o el Gobernador Civil Don Antonio Callejo Sáez, entre otros. En agosto de 1929 Don Pedro Sangro y Ros de Olano, marqués de Guad el Jelú, ministro de Trabajo, visita Burgos en viaje oficial y comenta al alcalde, que posee un hueso del Cid y que es su intención donarlo al Ayuntamiento de Burgos. En su poder obran una serie de cartas que parecen confirmar la autenticidad de dicho hueso. Según el ministro, su abuelo, Don Antonio Ros de Olano, primer marqués de Guad el Jelú y Capitán General en Burgos, recibió de Francisco del Busto el hueso del Cid, según carta de este último de 30 de noviembre de 1848, hueso que del Busto había pedido al cirujano Don Cipriano López, quien, lo había sustraído cuando los restos del Cid fueron trasladados desde Cardeña por orden del general Thiebault. Estos datos también contradicen documentos anteriores. Por un lado, para nada se menciona al cirujano

Don Cipriano López en las actas de 1809, de lo que se puede deducir su dificultad, si estuvo presente, para acercarse a los restos de Cid que con tanto esmero parece que cuidó el general francés. Por otro lado, todo parece contradecir las actas de los traslados de 1826 y de 1842, actas en las que el propio Cipriano López enumera, e incluso muestra al público, los huesos del Cid y de Doña Jimena. En las actas se hace mención de la falta de huesos pequeños, del carpo, metacarpo, tarso, metatarso y falanges, pero se afirma la integridad de los huesos de las extremidades. Incluso se citan, en el acta de 1842, de manera puntual y específica: húmeros, cúbitos, radios, etc. Parece de sentido común que la ausencia de un radio habría sido notada y señalada en el documento. Se repite la historia de los huesos de Sigmaringen. El 30 de diciembre de 1930 el Consistorio burgalés recibe, en solemne ceremonia, el hueso, la carta de donación y las cartas que parecen concederle autenticidad. Tras una misa oficiada en la Capilla del Consistorio por el arzobispo, éste deposita hueso y documentos en una arqueta, obra de Don Saturnino Calvo, sujeta a la pared de la Capilla en el lado de la Epístola, ante la imposibilidad de reunirlo con los restantes huesos en el crucero de la catedral. Todavía sufrirá un, por el momento, último traslado, pues en la actualidad el hueso está depositado en una sala del Arco de Santa María.

Escritos medievales sobre el Cid (excluido el Poema)
Del año 1090 es el Carmen Campidoctoris, que describe las luchas entre Rodrigo Díaz y el conde de Barcelona. La Historia Roderici, escrita hacia 1110, hace una exaltación de su valor y de su fidelidad al rey, aunque éste sea injusto con su caballero. Del lado musulmán, el 1109, Ben Bassani describe episodios de la ocupación de Valencia por parte del Cid y, en 1110, Ben Alcaliza, testigo presencial, narra con inquina el asedio y conquista de Valencia. Al primero de los dos autores corresponde una de las más halagadoras frases, que, proveniente de un enemigo, se hayan escrito jamás: “Este hombre, azote de su época, fue por su habitual y clarividente energía, por la viril firmeza de su carácter y por su heroica bravura, un milagro de los grandes milagros del Señor”.
Sobre Jimena, hija del conde Lozano Gómez de Gormaz, sobrina de Alfonso VI, esposa del Cid, hay dos descripciones muy opuestas. Una dice que era “… de tal hermosura que, estando ella, había dos lunas en la noche”. En cambio, otra descripción más crítica decía: “es yegua de piel amarilla, con la que nadie se casa si no es por su dote”.
Los árabes (Ben Alcaliza) describen al Cid como: tirano, traidor, perro enemigo, perro gallego al que Alá maldiga… Ludrik Al-Kambiyatur (Rodrigo Campeador).
El Cantar y los romances dicen que ganó la Tizona al caudillo almorávide Búcar y la Colada a Berenguer Ramón II el fratricida. La historia no cuenta nada de esto. La espada que se conoce como Tizona, conservada primero en el museo del Ejército y actualmente en el Museo de Burgos, es una falsificación del s XIV-XVI y fue comprada a los marqueses de Falces en 2007 por la Junta de Castilla y León por la discreta cifra de 1 600 000 euros. Nada se sabe de una espada llamada Colada.
En el Cantar del Mío Cid, llaman a la espada Tizón, no Tizona.

Jaume I de Aragón sí tenía una espada llamada Tisó de la que se decía que era de Ramón Berenguer I. Nada más se sabe de esta espada.
Ya hemos comentado que su hija María se casa con Ramón Berenguer III y tienen una hija, Jimena de Osona que casó, a su vez, con Bernat II de Besalú y, en segundas nupcias con Roger III de Foix.
La otra hija, Cristina, casó con Ramiro Sánchez de Navarra y tuvieron un hijo, García Ramírez, rey de Pamplona.
Por tanto, no existieron ni doña Sol ni doña Elvira, ni infantes de Carrión, ni afrenta de Corpes. Tampoco hubo duelo con el Conde Lozano.
Babieca es descrito como caballo hispanoárabe, pequeño, muy ágil y atrevido, nada que ver con los habituales caballos de batalla de la época, percherones enormes, pesados y extremadamente fuertes. De hecho, su nombre significa débil, torpe, tonto, … Fue enterrado en terrenos del monasterio de San Pedro de Cardeña, no en el lugar señalado como tal. Hasta el momento, no ha sido localizado.
También se guarda en una pared de la Capilla del Corpus Christi de la catedral de Burgos un cofre con el nombre del Cid. Según la tradición fue el cofre, supuestamente lleno de monedas, pero en realidad lleno de arena, con las que el Cid avalaba el dinero líquido que necesitaba para mantener a su mesnada y que le dieron los judíos Raquel y Vidas al salir de Burgos camino del destierro.

Rodrigo Díaz de Vivar fue un condottiero, guerrero de frontera, sin lealtad debida más que a quien le pagara por ello. Tan brutal como cualquiera en su época, mandó torturar civiles y quemó vivo al caid de Valencia. Jamás envió ningún diezmo a Castilla después de sus destierros y sí se enfrentó a las tropas de Alfonso VI. Y no fue rey porque no quiso.
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