Dr. Alonso Flores
Los sucesos de Montejurra tuvieron lugar el 9 de mayo de 1976, en los inicios de la Transición española, durante los actos políticos que tradicionalmente acompañaban el viacrucis anual que, desde 1939, los carlistas llevaban a cabo en el monte navarro de Montejurra, en memoria de los requetés muertos en la guerra civil. En el transcurso de la romería, los hombres de la Comunión Tradicionalista de Sixto de Borbón Parma, hermano del pretendiente carlista Carlos Hugo y enfrentado a él, con el apoyo del denominado búnker franquista, que aún controlaba los resortes del Estado, prepararon una operación violenta contra el Partido Carlista y los seguidores de Carlos Hugo para recuperar los actos para el tradicionalismo y promover la “entronización” de Sixto como líder del carlismo.
En dicha operación, conocida como Operación Reconquista, en la que tomaron parte también mercenarios neofascistas italianos y argentinos, algunos partidarios de Sixto de Borbón abrieron fuego contra los participantes en la romería. Resultaron muertos Ricardo García Pellejero y Aniano Jiménez Santos y hubieron varios heridos. Los pistoleros de Montejurra son Jose Luis Marín García-Valverde (el hombre de la gabardina) y Francisco Carreras García-Mauriño. Fueron amnistiados al año siguiente (en 1977. Ley General de Amnistía). También estaban acompañados por Rodolfo Eduardo Almirón, miembro de la Triple A, jefe de Seguridad de Alianza Popular y guardaespaldas de Fraga Iribarne, junto a Stefano della Chiae, miembro del grupo fascista Gladio, Marco Pozzan, Adolfo Lauro, Elio Massagrande, Francesco Saffoni, Emilio Berra “el Chacal”, Felipe Llopis de la Torre, Jose María Arrizabalaga “Saxi II”, Augusto Cauchi,… todos integrantes de los grupos Gladio y Triple A. Los responsables de las muertes fueron claramente identificados, pero gracias a la Ley de Amnistía, quedaron en libertad ese mismo año. En 2003 la justicia española reconoció a los dos asesinados la condición de “víctimas del terrorismo”.
El carlismo, con su milicia Requeté, había participado activamente en la sublevación contra la Segunda República y contribuido a la victoria franquista en la Guerra Civil. Pero la muerte sin sucesión directa del pretendiente Alfonso Carlos de Borbón y el Decreto de Unificación habían mermado el movimiento, que, en situación de semiclandestinidad, se había ido dividiendo en diversos grupos en función de sus afinidades dinásticas y su postura frente al régimen. Los partidarios de Javier de Borbón Parma, nombrado por Alfonso Carlos su sucesor como regente hasta que se dilucidase quién tenía mayor derecho a la corona de España, estaban liderados por Manuel Fal Conde, y, en declaraciones del propio Franco, eran un “grupo de integristas (…) apartados del Movimiento desde la primera hora”.
Desde su aparición en España en 1958, el primogénito de Javier, Carlos Hugo de Borbón-Parma, aspiraba a ser nombrado por Franco futuro rey, según lo establecido en la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, presentándose como defensor de los principios del “18 de Julio”, al tiempo que los carlistas javieristas cambiaban su estrategia frente al régimen, pasando de la confrontación inicial a una colaboración que escenificaron en diversas ocasiones en los actos de Montejurra. Sin embargo, al mismo tiempo, y durante los cambios que se producían en la Iglesia en la década de 1960 a raíz del Concilio Vaticano II, había aparecido un “neocarlismo” progresista promovido por los jóvenes que integraban la secretaría de Carlos Hugo, que finalmente, tras la expulsión de España de la familia Borbón-Parma en 1968, desembocaría en una fórmula de socialismo autogestionario y un programa federalista, democrático y aconfesional, ante la perplejidad de diversas personalidades carlistas, que consideraban que el nuevo Partido Carlista había hecho tabula rasa con el pensamiento y la historia del carlismo, amenazando con hacer desaparecer el movimiento. En 1975, tras la abdicación de Javier de Borbón Parma en su hijo Carlos Hugo, que había amparado estos cambios ideológicos, especialmente a raíz de su expulsión de España, el enfrentamiento interno del carlismo era inevitable. El antiguo delegado nacional de Requetés, José Arturo Márquez de Prado, había iniciado contactos con Sixto Enrique de Borbón, partidario del ideario tradicionalista, y finalmente este aceptó ponerse al frente de una nueva Comunión Tradicionalista, que tras hacerse sin dificultad con los actos carlistas de El Quintillo (Sevilla) el 26 de abril de 1976, se proponía adueñarse también de los célebres actos de Montejurra, cuyo número de participantes había descendido de casi cien mil en la década de 1960 a menos de diez mil a inicios de los 70. En España reinaba un ambiente de gran crispación política. El primer gobierno de la monarquía, presidido por Carlos Arias Navarro, estaba sumido en la inoperancia ante las resistencias de este para avanzar en la reforma política. La conflictividad social y laboral iba en aumento y, en marzo, habían tenido lugar los denominados sucesos de Vitoria, que se habían saldado con cinco trabajadores muertos. (Campanades a mort. Lluìs Llach). El Partido Carlista dirigido por Carlos Hugo era entonces miembro de la Coordinación Democrática, más conocida como la Platajunta. Su sección vasca, el Partido Carlista de Euskadi había convocado en octubre de 1975 a las fuerzas de izquierda para dialogar sobre la necesidad de “una unidad nacional y antifascista” y exigiendo el fin de la dictadura y el “derecho de autodeterminación de Euskadi”. Asistieron, además del Partido Carlista, ORT, PCE, PSUC, PSOE, PTE, UGT y USO, CECO, CONE, ETA (ramas militar y político-militar), EAS, LAB, LAIA, ICR y ETA VI Asamblea. El MCE no asistió por problemas de enlace. Para la subida anual a Montejurra el 9 de mayo de 1976 desde el Monasterio de Irache, el Partido Carlista había invitado a una veintena de partidos y organizaciones políticas de la izquierda con el lema “Una cita para el pueblo”.
Por su parte, la Comunión Tradicionalista de Sixto de Borbón había hecho una convocatoria paralela. A tal efecto, la Hermandad del Vía Crucis y la Junta de la Hermandad de Tercios de Requetés habían publicado en El Pensamiento Navarro diversos llamamientos para que acudieran a la romería los excombatientes y sus hijos, “la nueva juventud de combatientes, requetés y tradicionalistas”, afirmando que los actos del 9 de mayo en Estella estarían presididos, como los de El Quintillo, por Don Sixto. La doble romería se había convocado para el 9 de mayo, domingo. Aunque el carácter del acto sería fundamentalmente político, como en ocasiones anteriores se solicitó permiso para la celebración de un viacrucis durante la subida al monte, en cuya cima tendría lugar la misa anual celebrada desde 1939. El acto fue autorizado por el gobierno al considerar el ministro de Gobernación, Manuel Fraga, que la prohibición del acto podría ser más negativa que su celebración. Desde los sectores del carlismo partidarios de continuar con el tradicionalismo y pertenecientes al denominado búnker franquista, se promovía el liderazgo de Sixto de Borbón Parma, hermano del pretendiente carlista Carlos Hugo, para neutralizar a la facción socialista del carlismo. Algunas fuentes afirman que el complot fue organizado por los aparatos de seguridad del Estado, a través de la denominada Operación Reconquista. El general de la Guardia Civil José Antonio Sáenz de Santa María, en la fecha de los sucesos jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil y persona muy relevante durante la Transición, antes de morir, reveló que fue el propio Estado el que, ante la evolución del carlismo, trató de crear un “contrapoder” alrededor de la figura de Sixto de Borbón, por medio del servicio de inteligencia SECED, creado por el almirante Carrero Blanco (sustituido en 1977 por el CESID, actual CNI), y de la Guardia Civil (de acuerdo con el testimonio del general Sáenz de Santa María, el director de la Guardia Civil, general Ángel Campano, le habría manifestado que el plan era conocido y aprobado por el ministro de gobernación Manuel Fraga y por el presidente Arias Navarro). Además de altos cargos de los cuerpos de seguridad del Estado, como el susodicho general Ángel Campano, (en cuyo despacho se gestó la operación), y el general Salvador Bujanda, subdirector general del mismo cuerpo, en la conspiración estuvieron implicados también Antonio María de Oriol y Urquijo, entonces presidente del Consejo de Estado, Juan María de Araluce, presidente de la Diputación Provincial de Guipúzcoa, y José Ruiz de Gordoa, gobernador civil de Navarra. Los incidentes tuvieron lugar primero en la parte baja del monte, donde se produjo un enfrentamiento entre los seguidores de Sixto, que querían subir al monte, y los de Carlos Hugo, que se negaban a dejarles pasar. Los primeros, uniformados, gritaban “¡Montejurra rojo, no!”, “¡Viva Cristo Rey!”, mientras que los partidarios de Carlos Hugo respondían “¡Carlos Hugo, libertad!”, “¡No pasaréis!”. Tras los insultos, empezó una pelea con porras y palos, ante la actitud pasiva de la Guardia Civil, que se hallaba a poca distancia. La pelea culminó con un disparo efectuado por el requeté onubense José Luis Marín García-Verde, conocido como el hombre de la gabardina, resultando herido Aniano Jiménez Santos, militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica, que moriría varios días después. Posteriormente ocurrieron nuevos incidentes en la cima del Según afirmó José Arturo Márquez de Prado, uno de los principales tradicionalistas sixtinos que dirigió la operación de Montejurra, también hubo miembros de ETA que acompañaron a los integrantes del Partido Carlista de Carlos Hugo, que fueron recibidos por los carlistas partidarios de Sixto de Borbón con ráfagas de metralleta. Además, la secretaría de prensa de la Comunión Tradicionalista proporcionó a Cifra su versión de los hechos pese a las evidencias de otros periodistas, incluida alguna agencia internacional. No obstante, en una entrevista concedida el año siguiente a la revista La Actualidad Española, José Arturo Márquez de Prado reconoció que Marín le había confesado después de los incidentes: “Pepe, yo no he tenido más remedio que disparar, pero yo no he tirado a dar”. Sin embargo, negó que el séquito de Sixto Enrique, entre los que se encontraban chicos de 14 años, hubiese portado armas de fuego, que hubiesen tenido una ametralladora en el monte o que él mismo hubiese ordenado fuego. Según Márquez de Prado, la muerte de Ricardo García Pellejero no podía deberse a los carlistas sixtinos que se encontraban en lo alto del monte, ya que la bala entró con una trayectoria Joaquín Imaz (comandante de la Policía Armada) y José María Arrizabalaga (jefe de las Juventudes Tradicionalistas de Vizcaya) por el apoyo que estos prestaron a Sixto de Borbón en Montejurra. En sentencia de la Audiencia Nacional de 5 de noviembre de 2003 se reconoció a los dos asesinados en Montejurra la condición de “víctimas del terrorismo”, remitiéndose a la Sentencia dictada por el Tribunal Supremo de 3 de julio de 1978, y se entregó a una de sus viudas la “Medalla de Oro” de Navarra. En enero de 2023, documentos del Gobierno Civil de Navarra datados en 1976 revelaron que el gobernador civil y Jefe provincial de Navarra, José Ruiz de Gordoa y Quintan, mantuvo conversaciones secretas con Sixto Enrique de Borbón y el delegado nacional de requetés, José Arturo Márquez de Prado, y que informó al ministro Manuel Fraga de las intenciones de los tradicionalistas. Los actos de Montejurra se habían convertido en una de las concentraciones más importantes del antifranquismo en los últimos años de la dictadura y había que reconducirla. Manuel Martorell afirma que fue el gobierno de Arias Navarro el que habría elaborado “detallados planes y previsiones para arrebatar la concentración anual al partido liderado por Carlos Hugo de Borbón-Parma”, con la colaboración del sector tradicionalista del carlismo. En cualquier caso, el carlismo salió enormemente tocado, difuminándose hasta su extinción, dejando vía libre a la monarquía instaurada en España. |