Alonso Flores
OTRAS BATALLAS MEDIEVALES
OTRAS BATALLAS MEDIEVALES
Article Publicat per el Dr. Alonso Flores
18 Gener 2024
Tras haber explicado cómo un ejército menos numeroso y, teóricamente, peor armado, puede vencer a fuerzas muy superiores y demostrar las carencias de los ejércitos acorazados, narraremos ahora unas cuantas batallas en las que la victoria se decantó hacia uno u otro lado en dependencia de la estrategia, aunque se puede evidenciar la decadencia del ejército de caballeros acorazados durante el Medievo.
Batalla de Poitiers
Primera batalla de caballeros francos acorazados frente a una gran razzia musulmana, no un ejército numeroso ni organizado. Los sarracenos llegaron a la península ibérica en el 711, y a partir del noreste de esta península sometieron fácilmente la Septimania, establecieron Narbona como su capital (denominándola Arbuna), otorgando unas condiciones honorables a sus habitantes, pacificaron rápidamente el suroeste de lo que hoy es Francia y amenazaron durante unos años los territorios francos. El Duque Odón de Aquitania (también conocido como Eudes el Grande) había derrotado decisivamente una importante fuerza musulmana en 721 en la denominada batalla de Tolosa, pero las razias musulmanas continuaron, llegando, en el año 725, hasta la ciudad de Autun en Borgoña. Amenazado por los musulmanes por el sur y por los francos desde el norte, Odón se alió en 730 con Uthman ibn Naissa, denominado “Munuza” por los francos, el que posteriormente sería emir bereber de la región que más o menos coincidiría con la actual Cataluña.
Al año siguiente Uthman se sublevó contra el valí de Al-Ándalus, al-Gafiqi, pero este acabó rápidamente con la revuelta, dirigiendo después su atención contra el antiguo aliado del traidor, Odón. Según una fuente árabe no identificada: “Aquel ejército pasó por todas partes como una tormenta devastadora”. El duque Odón (denominado rey por algunos) reunió su ejército en Burdeos, pero fue derrotado en la batalla del Garona, y Burdeos fue saqueada. La matanza de cristianos en el río Garona fue especialmente terrible. Odón pidió ayuda a los francos, una ayuda que Carlos Martel solo le concedió después de que Odón aceptara someterse a la autoridad franca. La derrota de Odón dio a Carlos Martel una oportunidad ideal para atacar a al-Gafiqi, que había sufrido grandes pérdidas en la toma de Burdeos. En 732, la fuerza incursora musulmana se dirigía en dirección norte hacia el río Loira, encontrándose fuera del alcance de sus líneas de suministro. Un posible motivo, según el segundo continuador de la Crónica de Fredegario, eran las riquezas de la Abadía de San Martín en Tours, la más prestigiosa y sagrada de aquel tiempo en el oeste de Europa. Al tener noticias de esta incursión, el Mayordomo de Palacio de Austrasia, Carlos Martel, reunió a su ejército, de unos 15 000 a 75 000 soldados, y marchó hacia el sur. Muchos historiadores asumen que los dos ejércitos se encontraron en el punto donde los ríos Clain y Vienne confluyen, entre Tours y Poitiers. Carlos Martel situó a su ejército en un lugar por donde esperaba que pasara el ejército musulmán, colocándolo en una posición defensiva. Es posible que su infantería conjuntada, armada con espadas, lanzas y escudos, presentara una formación del tipo falange. Según las fuentes árabes, se dispusieron formando un gran cuadro. Ciertamente, dada la disparidad entre los dos ejércitos (los francos eran casi todos soldados de infantería, en tanto que los musulmanes eran tropa de caballería, ocasionalmente con armadura), Carlos Martel desarrolló una batalla defensiva muy brillante.
Durante seis días, los dos ejércitos se vigilaron con solo escaramuzas menores. Ninguno de los dos quería atacar. Los francos estaban bien equipados para el frío y tenían la ventaja del terreno. Los musulmanes no estaban tan bien preparados para el frío, pero no se atrevían a atacar al ejército franco. La batalla empezó el séptimo día, puesto que al-Gafiqi no quería posponer la batalla indefinidamente. Al-Gafiqi confió en la superioridad táctica de su caballería, y la hizo cargar repetidamente. Sin embargo, esta vez la fe de los musulmanes en su caballería, armada con sus lanzas largas y espadas, que les había dado la victoria en batallas anteriores, no estaba justificada. Es una de las raras ocasiones en las que la infantería altomedieval resistió cargas de caballería. Los disciplinados soldados francos resistieron los asaltos, pese a que, según fuentes árabes, la caballería musulmana consiguió romper varias veces el exterior del cuadro franco. Pero a pesar de esto, la fuerza franca no se rompió.
Según una fuente franca la batalla duró un día y según las fuentes árabes, dos. Cuando se extendió entre el ejército musulmán el rumor de que la caballería acorazada franca amenazaba el botín que habían tomado en Burdeos, muchos de ellos volvieron a su campamento, lo que le pareció al resto del ejército musulmán una retirada en toda regla, y pronto lo fue. Mientras intentaba frenar la retirada, al-Gafiqi fue rodeado y finalmente muerto. La carga definitiva de la caballería del Duque Odón (Eudes), que aguardaba oculta en los bosques al norte de la posición del cuadro de Carlos Martel, resultó en un movimiento envolvente a la manera de los ejércitos francos, como si de un martillo contra un yunque se tratara, acabando con toda posibilidad de reagruparse del ejército enemigo. Los musulmanes supervivientes regresaron a su campamento.
Al día siguiente, cuando los musulmanes abandonaron la batalla, los francos temieron una emboscada. Solo tras un reconocimiento exhaustivo del campamento musulmán por parte de los soldados francos se descubrió que los musulmanes se habían retirado durante la noche. El ejército musulmán se retiró al sur, más allá de los Pirineos. Carlos se ganó su apodo Martel (Martillo) en esta batalla. Continuaría expulsando a los musulmanes de Francia en los años siguientes y volvería a derrotarlos en una batalla cerca del río Berre y en Narbona. No puede ser menospreciada la importancia de estas campañas, de la batalla de Poitiers y de las últimas campañas en 736 y 737 para eliminar las bases musulmanas en la Galia y suprimir la capacidad inmediata para ampliar la influencia islámica en Europa. Edward Gibbon y su generación de historiadores, así como la mayoría de los expertos modernos, convienen en que fueron indiscutiblemente decisivos en la historia del mundo. Parece incuestionable que Martel dominó esta era de la historia de una manera como pocos hombres hicieron. Sin embargo, a pesar de esta batalla, los musulmanes conservaron Narbona y la Septimania durante otros 27 años.
Los tratados firmados anteriormente por los musulmanes con la población local se mantuvieron firmes y se consolidaron incluso en 734, fecha en la que el gobernador de Narbona, Yúsuf ibn Abd ar-Rahmán al-Fihri, llegó a acuerdos con varias ciudades de la zona para defenderse contra las intromisiones de Carlos Martel, que se había expandido hacia el sur brutal y sistemáticamente, ampliando sus dominios. Carlos falló en su intento de tomar Narbona en 737, cuando la ciudad fue defendida por los habitantes cristianos (visigodos) con el apoyo de las tropas musulmanas acantonadas.
Algunas estimaciones modernas del impacto de la batalla (Roger Collins, Archibald Lewis, etc.) han marcado distancias con la posición extrema de Gibbon, y en cualquier caso opinan que era inviable una continua expansión musulmana por razones de falta de cohesión interna. Esta conjetura recibe, no obstante, el apoyo de otros muchos historiadores. Aun así, dada la importancia que los registros árabes de la época dieron a la muerte de al-Gafiki y a la derrota en la Galia, con la consiguiente derrota y destrucción de las bases musulmanas en lo que ahora es Francia, ésta batalla tuvo una importancia macrohistórica al frenar la expansión del islam en Occidente. Esta derrota fue el último gran esfuerzo de la expansión islámica mientras hubo todavía un califato unido, antes de la caída de la dinastía de los Omeyas en 750, solo 18 años después de la batalla.
Según otros historiadores, Carlos Martel rechazó solo una de las constantes razzias que los musulmanes emprendían estacionalmente en busca de botín. Antes, los francos habían derrotado ya algunas de estas incursiones sin ánimo expansionista, y las mismas se siguieron produciendo después hasta que Pipino el Breve acabó con los restos del poder musulmán en Francia en 759 y su hijo Carlomagno pasó a combatir en Hispania. Actualmente muchos creen que, aunque la campaña que llevó a la batalla fue solo de saqueo y no de expansión, esta fuerza era sin duda la mayor que pisó territorio francés. No obstante, la contemporánea y cristiana Crónica mozárabe refiere que las tropas comandadas por Carlos (varias décadas después apodado “Martel”) superaban ampliamente en número a las de Gafiqi. Con esta batalla se debilitó mucho el poder musulmán en el sur de Francia, perdió a su mejor comandante y con él toda ocasión de conquista al norte de los Pirineos.
Otón I contra magiares.
Las invasiones de los húngaros paganos del Principado de Hungría se extendieron por toda Europa tras su llegada desde Asia en 896. Los húngaros saquearon e incendiaron aldeas de los Estados germánicos durante casi un siglo y derrotaron en incontables batallas abiertas a sus enemigos francos. En 907, se libró la batalla de Bratislava, en 908 la batalla de
Eisenach, en 910 la primera batalla de Lechfeld, la batalla de Puchen en 919, y posteriormente los magiares también cruzaron el río Rin y atacaron Burgundia. Sufrieron una importante derrota en la batalla de Merseburgo, contra el rey Enrique I el Pajarero en 933, que demostró gran madurez y
táctica en la batalla al indicar a sus tropas que “cuando comience la lucha, que nadie intente adelantar a su compañero, sino que todos en formación cerrada se protejan de las flechas de los húngaros, luego… corran hacia ellos para que no puedan dispararles sus flechas una segunda vez, antes de que nuestras armas no los alcancen mortalmente”. Muchas décadas de vandalismo de los magiares sobre Germania e Italia habían destacado la incapacidad de los anteriores reyes carolingios de Francia Orientalis e Italia de contener el Principado de Hungría. Por otra parte, como un nuevo hecho, las tribus húngaras estaban demostrando una adopción parcial de técnicas avanzadas de guerra occidentales con la utilización de máquinas de asedio para atacar las murallas de Augsburgo los días anteriores a la batalla de Lechfeld.
Otón I somete a los señores alemanes y sustituye su gobierno por el de familiares y
allegados. Los señores llaman en su ayuda a los temibles magiares que forman un
inmenso ejército para enfrentarse a los percherones acorazados de Otón I, futuro emperador germánico Otón I el Grande que, gracias a esta victoria, recibiría los apoyos necesarios para conseguir la autoridad imperial, desaparecida a la muerte de Lotario.
Otón convocó a unos ocho mil hombres para luchar contra la invasión. Las tropas imperiales estaban divididas en ocho legiones (divisiones) de caballería pesada, de unos mil hombres cada una, con la siguiente composición “nacional”: tres de Baviera, dos de Suabia, una de Franconia (cuyos hombres habían sido recientemente derrotados por las tropas sajonas del emperador) y una de Bohemia bajo el mando del príncipe Boleslav. La octava división, comandada por el propio emperador Otón I el Grande y levemente más grande que las otras, incluía a sajones, turingios y a la guardia personal del rey.
Los húngaros, comandados por el harka Bulcsú y sus lugartenientes Lehel y Súr, cruzaron el río pensando que su carga sería irresistible y el 10 de agosto del 955 en Augsburg, junto al río Lech (actualmente Lechfeld) se enfrentan ambos ejércitos. Los magiares se lanzan en masa contra los caballeros, pero se estrellan frente a una muralla de armaduras. La fuerza magiar es deshecha. Deben huir y atravesar el río en desorden y acuciados por los caballeros. La derrota es de tales proporciones que jamás vuelven a intentar invadir occidente. Después de la batalla, Enrique I, duque de Baviera haría ahorcar a los caudillos húngaros Bulcsú, Súr y Lehel en Ratisbona. Una victoria húngara en Augsburgo hubiera abierto una nueva y peligrosa fase del conflicto para el Sacro Imperio Romano Germánico, donde no estarían seguras las ciudades fortificadas del Imperio. Después de la muerte de los principales líderes, y probablemente del Gran Príncipe húngaro Falicsi, el Principado de Hungría cambiaría de mando y Taksony sería elegido jefe supremo. Taksony comenzó el proceso de sedentarización tribal y procuraría establecer relaciones pacíficas con el emperador germánico. Su bisnieto sería San Esteban I de Hungría. Según las crónicas húngaras (leyenda), al final de la batalla de Lechfeld, el jefe germánico hizo traer a los húngaros cautivos y les preguntó por su última voluntad antes de ser ejecutados. Lehel, el caudillo húngaro, le amenazaría insistiendo en que los húngaros serían la venganza de Dios contra los germánicos y que le permitiese soplar por su cuerno de batalla antes de morir. Según la leyenda, probablemente este jefe germánico habría sido Conrado el Rojo de Lorena, quien haría entregar de inmediato el cuerno de batalla a Lehel. Repentinamente, el caudillo húngaro antes de soplar atestó un fuerte golpe en la cabeza del germánico y lo mató. Si bien investigaciones posteriores revelarían que Conrado murió cuando una flecha le atravesó el cuello el 10 de agosto durante la batalla de Lechfeld, el escrito medieval húngaro sobre la leyenda habría servido para levantar la moral de la nación tras la derrota de Lechfeld en 955.
Stanford bridge
En enero de 1066, el rey de Inglaterra Eduardo el Confesor murió sin haber dejado un heredero al trono. Este vacío sucesorio provocó que Harold Godwinson, conde de Wessex, Harald Hardrada, rey de Noruega, y Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, reclamaran sus derechos al trono.
Harold Godwinson se proclamó rey de Inglaterra. Su ejército constaba de una tropa de élite, el hird de los llamados huscarles, y un gran número de soldados de la leva miliciana llamada fyrd. Esperando el ataque de Guillermo, duque de Normandía, Harold mandó a todas sus tropas a defender la costa sur de Inglaterra, suponiendo que el ataque llegaría por el canal de la Mancha. Pero Guillermo no atacó, y el 8 de septiembre se le acabaron los víveres y el capital, por lo que debió mandar a sus tropas de regreso a Londres.
Entonces, el 20 de septiembre de 1066, un ejército invasor vikingo procedente de Noruega, comandado por el rey Harald III de Noruega y su general Orre, venció al liviano ejército de los condes del norte, Edwin de Mercia y Morcar de Northumbria, en la batalla de Fulford, dos millas al sur de York. Un hermano de Harold, Tostig, se unió a los vikingos. Harold Godwinson reunió a toda prisa a su ejército y marchó 200 millas, de Londres a York, en solo cinco días. Su plan era emboscar a Harald, ya que este no esperaba el ataque ni tenía protección de su retaguardia.
El 25 de septiembre el ejército sajón estaba acercándose al campamento de Hardrada, en la otra orilla del río Derwent, en Stamford Bridge. Un jinete se adelantó y preguntó por Tostig. Le ofreció recuperar Northumbria y sus privilegios. Cuando preguntó Tostig qué ofrecía al rey noruego, recibió la famosa respuesta: “Seis pies de tierra inglesa para ser enterrado, quizás un poco más, pues se dice que es más alto que el común de la gente”. La respuesta de Tostig: “Decid al rey Harold que se prepare para la batalla, pues ningún nórdico dirá con razón que Tostig dejó al rey Harald Sigursson para pasarse al enemigo.
Harald mandó a un contingente de su ejército a combatir a los sajones, mientras él y el resto de sus soldados tenían tiempo para formar filas. Las tropas de Godwinson vencieron muy fácilmente a los enviados por Hardrada; el plan del vikingo había fracasado y precisaba ganar tiempo para reorganizarse. Según la Crónica Anglosajona, el puente de la localidad fue defendido por un enorme y altísimo berserker noruego que empequeñecía al mismísimo Harald Hardrada (que medía más de dos metros), armado con un hacha y sin armadura alguna. Aterrorizó al ejército anglosajón y protegió el puente durante una hora, matando a todo aquel que pretendía cruzarlo (más de 40 anglosajones fueron sus víctimas). Un soldado sajón encontró un viejo leño en el lecho del río con el que logró cruzarlo y dar muerte al berserker con su lanza, tras lo cual el ejército de Harold Godwinson pudo cruzar el puente, pero esta situación había concedido un plazo para prepararse al ejército de Hardrada.
Formaron en falange con una fuerte línea de escudos (fylking), que los anglosajones no fueron capaces de atravesar.
Después de una breve tregua, Godwinson hizo una nueva carga. Pero esta vez los huscarles no entraron en combate. Sólo los fyrd avanzaron, y luego de un corto combate huyeron. Hardrada pensó que había ganado, rompió filas y se abalanzó sobre los sajones. Pero los fyrd dieron media vuelta y, junto con los huscarles que habían quedado con Harold, rodearon a los vikingos. Hardrada había caído en la trampa. Se produjo un feroz combate donde Harald murió por un flechazo en la garganta. Un compañero le preguntó si estaba malherido y el rey vikingo le contestó: “Es sólo una pequeña flecha, pero está cumpliendo su trabajo”. Harald Hardrada murió y los vikingos fueron derrotados pese a la rápida llegada de la retaguardia de Orre y los que custodiaban los barcos. Orre y Tosig murieron. Aunque Olaf hijo de Harald fue hecho prisionero, se le permitió regresar a casa sin rescate bajo el juramento de no invadir Inglaterra nunca más. Curiosamente, el futuro Olaf III de Noruega sería conocido como el Tranquilo por sus políticas pacifistas.
De los 300 barcos noruegos que llegaron a Inglaterra para invadirla, tan sólo 24 pusieron rumbo a Noruega para huir. En total, en torno a 4.000 ingleses y 6.000 nórdicos perdieron la vida aquel día.
El desgaste que sufrieron las tropas sajonas fue tremendo, porque después de esta batalla, el 28 de septiembre, tan sólo tres días después de la batalla de Samford bridge, Guillermo el Conquistador invadió Inglaterra. El ejército de Harold debió realizar otra marcha forzada de York a Hastings, la cual provocó un gran cansancio en las tropas, más las enfermedades entre los sajones, principalmente disentería. Sin duda este desgaste excesivo fue una de las causas de la derrota sajona en la batalla de Hastings el 14 de octubre de 1066. Tras este episodio, el duque de Normandía se coronó rey de Inglaterra y pasó a ser conocido como Guillermo el Conquistador.
Los berserkers (llamados también ulfhednar) eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor. Se dice que eran casi tan fuertes como osos o toros, y llegaban a morder sus escudos y no había fuego ni acero que los detuviera. Se lanzaban al combate con furia ciega, sin armaduras. Su sola presencia atemorizaba a sus enemigos e incluso a sus compañeros de batalla, pues en estado de trance no estaban en condiciones de distinguir aliados de enemigos. El origen etimológico de esta palabra es incierto. Una teoría dice que deriva del nórdico berr (desnudo) y serkr (prenda de vestir similar a una camisa). Otra teoría afirma que deriva del germánico berr (oso), ya que solían usar pieles de animales (osos, lobos y venados). Por otro lado, Ulfhednar se puede traducir como piel de lobo. Julio César ya citó en su De bello Gallico, la expresión furor teutonicus a la actitud belicosa y loco heroísmo de algunos combatientes germánicos, que se enfrentaban desnudos, a pecho descubierto, caras pintadas y aullando salvajemente cuando se enfrentaban a los ejércitos de Roma. Existe la teoría de que su resistencia e indiferencia al dolor provenían del consumo de hongos alucinógenos como la amanita muscaria, o por la ingesta de pan o cerveza contaminados por cornezuelo del centeno, con alto contenido en compuestos del ácido lisérgico, precursor del LSD. Los vikingos y otros pueblos germánicos consumían cerveza con beleño negro, planta alucinógena de la familia de las solanáceas. Es posible que consumieran dichas cervezas para entrar en combate. El beleño produce una sensación de gran ligereza, parece que uno pierde peso y se siente tan ingrávido que acaba creyendo que se eleva por los aires. Por otra parte, la belladona causa furia y violencia, no raramente acompañadas de carcajadas delirantes; los alcaloides de esta planta son altamente tóxicos y pueden ocasionar el coma o la muerte.
Diversas fuentes mencionan a los berserkr mikill, o poderosos guerreros berserkers, que resaltaban por su ferocidad y en ocasiones se les comparaba con gigantes (jotun). En la saga de Egil Skallagrímson aparecen 12 berserkers como el número adecuado de guerreros al servicio de la guardia personal de un rey, un número recurrente en otras sagas nórdicas. En la saga de Hrólfr Kraki, el rey aparece acompañado de un hird de berserkers, en el que destaca Bödvar Bjarki, que según la leyenda se transformaba en un impresionante plantígrado en batalla, una característica posiblemente relacionada con antiguos cultos al oso. Es muy probable que fuesen miembros de cultos relacionados con Odín. En cierto modo, la religión de estos grandes guerreros les inducía a mostrar una gran furia en combate, mostrando una invulnerabilidad mitad humana y otra mitad animal. Sus dioses, todos ellos guerreros, exigían, para alcanzar el más puro de los paraísos, tener la muerte más noble en el campo de batalla. En 1015, el jarl Eiríkr Hákonarson de Noruega declaró a los berserkers fuera de la ley, posteriormente el gragás (ley escrita) de Islandia hizo lo propio y hacia el siglo XII los berserkers ya habían desaparecido.
Los Úlfhéðnar (singular, Úlfhéðinn) ya se mencionan en la saga Vatnsdoela y Hrafnsmál, y en la saga Völsunga, se decía que se cubrían con una piel de lobo cuando entraban en combate. Los Úlfhéðnar fueron definidos como guerreros de élite de Odín, con la piel de lobo y una lanza como perfil más característico. Harald I de Noruega, unificador del reino, es descrito acompañado por ellos en sus ofensivas, “iban sin cota de malla y actuaban como perros rabiosos y lobos”, lo que provocaba desconcierto y el colapso en las filas de los contrarios. Fueron marginados por la sociedad por considerárseles locos, y una leyenda que recorría los países nórdicos contaba que se convertían en hombres lobo, lo que motivó que se les temiera más y se les recluyera, ya en la cristiandad, por considerarlos poseídos por el diablo. La creencia en la licantropía se testimonia en la saga Volsunga, donde Sigmund y su hijo Sinfjo gruñían y aullaban como lobos en sus combates.
El campo de fútbol del Chelsea Football Club lleva el nombre de Stamford Bridge. La banda sueca de death metal Amon Amarth hace referencia a este evento con su álbum Berserker, más específicamente con la canción “The Berserker at Stamford Bridge” en la que se narran los sucesos desde tres perspectivas: la de los ingleses, la de los vikingos y la del berserker.
Batalla del lago Peipus.
Disputada entre la República de Nóvgorod y los Caballeros Teutónicos, el 5 de abril de 1242, en el lago Peipus. La batalla es notable por haber sido librada encima del lago congelado. Alexandr Nevski, nacido Aleksandr Yaroslávich, segundo hijo del gran duque Jaroslav II, príncipe de Nóvgorod (1236), de Kiev (1246) y de Vladímir- Súzdal (1252-1263), fue un líder ruso y santo de la Iglesia ortodoxa rusa. Nació el 30 de mayo de 1220, poco antes de la invasión mongola de la Rus de Kiev, y recibió una educación de carácter religioso.
Las primeras épocas de su vida, infancia y juventud las pasó en la ciudad rusa de Nóvgorod. Entre 1235-1240, los mongoles, al mando de Batú Kan, arrasaron los principados de la Rus de Kiev. La región de Alejandro, Nóvgorod, aunque amenazada, se salvó de la devastación causada por los mongoles, pero Alejandro tendría que luchar contra otros enemigos que provenían de Occidente.
En el año 1237, el papa Gregorio IX promulgó una bula contra los finlandeses, que se habían rebelado contra el catolicismo, y para convertir a los rusos ortodoxos. Así se formó un gran ejército sueco al mando del yerno del rey de Suecia, Birger Jarl, fundador de la ciudad de Estocolmo. En 1240, los suecos desembarcaron en el río Neva. El 15 de julio de 1240, Alejandro atacó a los suecos en el actual asentamiento de Ust-Izhora, situado en la confluencia de los ríos Izhora y Neva y los derrotó. La victoria le valió el sobrenombre de Aleksandr Nevski, esto es, Alejandro del Neva. Los Hermanos Livonios de la Espada (Fraternidad del Ejército de Cristo), también conocidos como Caballeros de Cristo, Hermanos de la Espada, Caballeros Portaespadas o Milicia de Cristo de Livonia, fue una orden militar católica fundada en 1202 por Alberto de Buxhoeveden, Obispo de Riga (Príncipe-Obispo de Livonia), y compuesta por monjes-guerreros alemanes (de Livonia). Estaba basada primordialmente en los estatutos de los Caballeros Templarios. Como consecuencia de la tremenda derrota frente a lituanos samogitios paganos en la batalla de Saule, en 1236, quedó la Hermandad casi aniquilada y, tras autorización papal de 1237, se integraron en la Orden Teutónica, dentro de la cual serían conocidos como los Hermanos de la Orden Livona o los Hermanos Livonios Portadores de la Espada. Éstos Caballeros Teutónicos, apoyándose en la misma bula papal de Gregorio IX, y aprovechando la debilidad rusa como consecuencia de las invasiones mongolas y suecas, atacaron la vecina República de Nóvgorod y ocuparon Pskov, Izborsk y Koporye en el otoño de 1240. Cuando se aproximaron a Nóvgorod, los ciudadanos locales llamaron a la ciudad al príncipe Alejandro Nevski, que había sido desterrado a Pereslavl a principios de ese año. Durante la campaña de 1241, Alejandro Nevski logró recuperar Pskov y Koporye a los cruzados. La batalla crucial se llevó a cabo el 5 de abril de 1242 sobre el hielo del lago Peipus (o de los chuds, lago Chudskóie o Чудское озеро), en lo que es actualmente Estonia.
La historia rusa ha hecho de este enfrentamiento un combate de leyenda, la batalla del hielo, celebrada por el canto y la literatura, y en último lugar por la música de Serguéi Prokófiev que acompañaba la excelente película Alejandro Nevski (1938), de Serguéi Eisenstein, una de las más grandes películas de la historia del cine soviético. Los Caballeros Portaespadas se habían instalado en el lago. Portando pesadas armas y vestidos con duras cotas de mallas, contaban con la ayuda de sus aliados finlandeses, que llevaban un equipo más ligero. Como un gigantesco ariete, decidieron cargar en formación compacta para tratar de quebrar las líneas rusas, más frágiles. Estas aguantaron, lo que permitió a Alejandro Nevski efectuar un vasto movimiento envolvente con parte de sus tropas para caer sobre el flanco de las tropas alemanas, mucho más lentas. Los caballeros teutónicos pronto se dieron a la fuga. Su derrota se transformó en catástrofe. Bajo el efecto del pánico, los caballeros se entregaron a una serie de movimientos desordenados, hasta que la superficie del lago se quebró y hundió bajo los pies de los que huían. Era principios de abril y la capa de hielo, más delgada, era mucho más frágil que en pleno invierno. Al pasar por alto este hecho y olvidar el peso de su equipo, los caballeros germánicos sufrieron una auténtica hecatombe. Hasta aquí la leyenda. Según los historiadores contemporáneos, había unos 40 caballeros, apoyados por unos 150 soldados de a pie, en el bando livonio, y unos 800 guerreros en el bando de Alejandro. La batalla fue una muy importante derrota sufrida por los cruzados católicos durante las cruzadas bálticas, que fueron dirigidas contra los paganos y cristianos ortodoxos y marcó el final de sus campañas contra la ortodoxa República de Nóvgorod y otros territorios rusos durante todo en el siglo siguiente.
El papa de Roma, Inocencio IV, tras la derrota intentando convertir por la fuerza a Rusia, envió en 1251 a dos cardenales para ofrecer a Alejandro Nevski la “protección de Roma”, pero Alejandro la rechazó. El mongol Batu Khan, fundador de la Horda Azul y nieto de Gengis Kan convirtió su Horda Azul en la Horda de Oro (o Kanato Cumano), que gobernó Rusia durante 250 años, tras derrotar a los ejércitos polacos y húngaros. La Horda de Oro gobernó Rusia directamente o teniendo estados vasallos, como la Nóvgorod de Alexander Nevsky, durante 130 años. El denominado “yugo mongol” o “yugo tártaro”, sugiere la existencia de una gran opresión, pero en realidad estos invasores nómadas de Mongolia no eran crueles ni opresivos en exceso. Siempre fueron nómadas, nunca se instalaron en el país y tenían poco trato directo con sus habitantes. Kiev nunca se recuperó de la devastación mongola; en cambio, la República de Nóvgorod consiguió salir adelante, y otras entidades nuevas, como los principados en torno a las ciudades de Moscú y Tver, comenzaron a prosperar bajo los mongoles. Es evidente que sin la destrucción mongola de Kiev no habría prosperado Moscú. Los príncipes rusos fueron obligados a acudir a la presencia del gran Batú Kan, para que les entregara el yarlyk o patente del cargo de Gran Príncipe. En Vladímir, obedeciendo a una “invitación” que no presagiaba nada bueno para los gobernantes rusos subyugados, Alejandro Nevski también acudió a la llamada. Según se dice, los príncipes siguieron un ritual según el cual tenían que pasar por entre las hogueras rituales y arrodillarse ante las estatuas de los antepasados del kan. Alejandro se negó a arrodillarse ante las estatuas, pero sí lo hizo ante el kan y le dijo: “Zar, me inclino ante ti porque Dios te ha honrado con un reino, pero nunca me inclino ante algo creado por el hombre. Únicamente a Dios es a quien sirvo, adoro, reverencio y me arrodillo.” El kan le dejó marchar con vida, convirtiéndose desde entonces en su favorito.
En 1246, los mongoles lo nombraron Gran Príncipe de Kíev y en 1251 lo instauraron como Príncipe de Vladímir, sustituyendo a su hermano Andrés, hasta su muerte en 1263. No hay duda de que su actitud le permitió salvar Nóvgorod y una parte de las regiones de Rusia que habían escapado a las destrucciones. Medió entre su pueblo y la Horda de Oro e hizo mucho por la unificación de los principados del norte de Rusia.
Durante un viaje enfermó y el 14 de noviembre de 1263 falleció en Gorodéts Volzhski. Por sus victorias, pero también por haber sabido mostrarse realista, fue canonizado en 1547 por la Iglesia ortodoxa rusa como san Alejandro Nevski, y su festividad se
celebra el 6 de diciembre. Respecto a la gran batalla del lago Peipus, la Crónica Rimada de Livonia afirma que “las espadas sonaban, los cascos eran cortados, mientras los muertos caían sobre la hierba de ambos lados”, lo que sugiere que la batalla ocurrió en tierra firme. La crónica rusa afirma que los rusos dominaron a los livonios y los persiguieron durante casi 7,5 km por el lago helado, hasta la orilla opuesta. Es probable que durante la persecución algunos de los caballeros se ahogaran, pero no hay registros escritos que lo demuestren. Las fuentes rusas dicen que la batalla dejó 400 muertos livonios. Sin embargo, la crónica livonia dice que 20 caballeros murieron y 6 fueron capturados por los rusos. Como casi siempre, y aunque cada historiador arrime el ascua a su sardina, parece que lo de gran batalla no es más que una gran exageración.
Batalla de las Espuelas de Oro. 1302
La batalla de Cortrique o batalla de Courtrai (11 de julio de 1302,) enfrentó a Felipe IV de Francia contra las milicias flamencas cerca de Cortrique (actual Bélgica). Desde su llegada al trono de Francia en 1285, Felipe IV el Hermoso solo tuvo una ambición: aumentar las posesiones de la Corona. Entre sus objetivos estaba Flandes, rico y próspero país gracias a su industria textil. El conde de Flandes, Guido de Dampierre, se apresuró a desafiar al rey de Francia con la firma, en 1297, de un tratado de alianza con Eduardo I de Inglaterra. La réplica no se hizo esperar y las tropas francesas, al mando de Carlos de Valois, hermano del rey, invadieron Lille, Cortrique, Béthune y Cassel. Guido de Dampierre se refugió en Gante mientras su aliado, el rey de Inglaterra, sin siquiera advertirle, firmaba una tregua de dos años con Felipe el Hermoso. Finalizada la tregua, en 1300, Carlos de Valois se apoderó de todo Flandes. Guido de Dampierre, que había ido a París a implorar el perdón del rey, fue encarcelado. Flandes pasó entonces a formar parte del reino de Francia, pero los flamencos no aceptaron de buen grado esta dependencia. La rebelión fue ganando terreno sobre todo en Brujas, liderada por un tal Pierre de Coninck. Se pidió auxilio a los hijos de Guido de Dampierre, Jean de Namur y su hermano Guido, a quienes se unió pronto un sobrino, Guillaume de Juliers. En mayo de 1302 los habitantes de Brujas, que habían abierto las puertas de la ciudad a los franceses, atemorizados por la cuantía de las tropas de ocupación, pidieron de nuevo auxilio a Pierre de Coninck. La noche del 18 de mayo, sus partidarios entraron en la ciudad y degollaron a los franceses y a sus secuaces en lo que se denominó los Maitines de Brujas, con más de doscientos muertos. Solo Guy de Châtillon, conde de Saint-Pol, pudo escapar. Alentados por este acontecimiento, los flamencos volvieron a sublevarse. Guillaume de Juliers sitió Cassel, mientras Guido de Namur hacía lo mismo con Cortrique. Roberto de Artois, junto con el condestable de Nesle, acudió entonces en ayuda de los defensores de Cortrique, y Guillaume de Juliers dejó Cassel para reunirse con Guido de Namur. Las milicias municipales flamencas se situaron en una meseta que dominaba la llanura de un río, el Groninga, que en ese punto desemboca en el Lys, y cavaron trampas de agua, llamadas “loberas”, frente a sus líneas. El ejército francés, muy superior en número, instaló su campamento en la colina de Mossemberg y se dispuso a aniquilar a su adversario con gran rapidez. La mañana del 11 de julio de 1302, Roberto de Artois reagrupó sus batallones en tres grandes cuerpos mandados por él mismo, el condestable De Nesle y el conde de Saint-Pol. Los flamencos formaron un arco de circunferencia detrás del río. El enfrentamiento se inició con una descarga de los ballesteros franceses que hizo retroceder a los flamencos, cosa que los hombres a pie aprovecharon para preparar el asalto. Pero Roberto de Artois, fiel al principio de la caballería según el cual “cien jinetes valen más que mil infantes”, lanzó al condestable a la cabeza de su caballería. Los caballos no tardaron en quedar bloqueados y el condestable De Nesle murió. Roberto de Artois lanzó entonces su segunda oleada de jinetes directamente hacia las “loberas” flamencas, donde fueron derribados y luego aniquilados; Roberto de Artois se rindió, pero no se libró de la ejecución inmediata. Una vez más, el conde de Saint-Pol logró huir a la cabeza de sus tropas y alcanzar el reino de Francia. Para los franceses la derrota fue total. Los flamencos recogieron los estandartes y las espuelas de los caballeros franceses muertos y con ellos cubrieron paredes enteras de la iglesia de Nuestra Señora (Onze-Lieve-Vrouwekerk) en Cortrique. La “batalla de las Espuelas de Oro” había terminado y Felipe el Hermoso (el que destruyó el poder de los Temparios) había perdido su ejército. Su revancha no llegó hasta 1304, en Mons-en-Pévèle.
La Batalla de Crécy
Tuvo lugar el 26 de agosto de 1346 en el noreste de Francia y enfrentó a un ejército francés mandado por el rey Felipe VI con otro inglés dirigido por el rey Eduardo III. El ejército inglés había desembarcado en la península de Cotentin el 12 de julio. Comenzó a dejar un rastro de destrucción por algunas de las tierras más ricas de Francia (en Caen asesinaron a más de cinco mil franceses) y llegó a menos de tres kilómetros de París. Luego, los ingleses marcharon hacia el norte, con la esperanza de unirse con un ejército flamenco aliado que había iniciado una invasión desde Flandes. Los franceses habían llevado a cabo una política de tierra quemada, llevándose todos los alimentos almacenados y obligando así a los ingleses a dispersarse en una amplia región para conseguir suministros, lo que retrasó mucho su avance. Los abastos ingleses se estaban acabando y el ejército estaba hambriento y desmoralizado. Tal era la confianza entre los franceses de que Eduardo no vadearía el Somme, que las tierras de la orilla norte no habían sido arrasadas, lo que permitió que el ejército de Eduardo las saqueara y se reabasteciera. Al enterarse de que los flamencos se habían retirado, y después de haber alejado temporalmente a los franceses que los perseguían, el rey Eduardo III ordenó que su ejército preparara una posición defensiva en una ladera cerca de Crécy-en-Ponthieu. La lluviosa tarde del 26 de agosto, el ejército francés, que superaba en número a los ingleses, atacó. El ejército del rey Eduardo III estaba compuesto principalmente por soldados ingleses y galeses, junto con algunas tropas bretonas y flamencas aliadas y algunos mercenarios alemanes, pero se desconoce el tamaño exacto y la composición de las fuerzas inglesas. Los historiadores modernos han calculado su tamaño entre siete y quince mil hombres. Hasta mil hombres de ese ejército eran presos a los que se había reclutado con la promesa de concederles el perdón real al final de la campaña. Alrededor de la mitad de los soldados ingleses, incluidos muchos de los delincuentes, eran veteranos.
El arco largo utilizado por los arqueros ingleses y galeses les era exclusivo; se tardaba hasta diez años en dominar su manejo y podía disparar hasta diez flechas por minuto a más de trescientos metros. Un análisis informático realizado por la Universidad Tecnológica de Varsovia en 2017 demostró que las flechas de punta bodkin podían penetrar la armadura de placas típica de la época a doscientos veinticinco metros. La profundidad de penetración era poca a esa distancia, pero aumentaba a menor distancia o si la armadura era de mala calidad. Los arqueros llevaban un carcaj de veinticuatro flechas, pero durante la mañana de la batalla, cada uno recibió dos carcajes más, lo que dio setenta y dos flechas por arquero, suficientes únicamente para unos quince minutos de combate disparando a la velocidad máxima, aunque el ritmo de tiro se ralentizaría a medida que avanzaba la batalla. Los historiadores modernos calculan que se pudieron disparar hasta medio millón de flechas durante la batalla de Crécy.
Hay todavía menos certezas sobre el tamaño exacto del ejército francés debido a que se perdieron los registros financieros de la campaña de Crécy, aunque existe consenso en que era sustancialmente más grande que el inglés. Según los cálculos modernos, ocho mil hombres de armas formaban el núcleo del ejército francés, apoyados por entre dos y seis mil ballesteros mercenarios reclutados principalmente en la ciudad comercial de Génova, y un «gran número, aunque indeterminado, de peones». Mientras esperaban que los alcanzaran, los ingleses cavaron zanjas frente a sus posiciones, con la intención de desordenar a la caballería atacante, y colocaron varias armas de fuego primitivas. Eduardo deseaba provocar a los franceses a lanzar una carga de caballería cuesta arriba contra sus sólidas formaciones de infantería, respaldadas por lanceros galeses y flanqueadas por arqueros. Esperaron al ejército francés descansados mientras que los galos entraron en batalla nada más llegar. Cada división estaba compuesta por hombres de armas en el centro, todos a pie, con filas de lanceros inmediatamente detrás de ellos, arqueros en cada flanco, hostigadores delante y muchos arqueros ocultos entre los árboles o tumbados en los trigales.
El ejército estaba cansado tras una marcha de diecinueve kilómetros y necesitaba reorganizarse para poder acometer con fuerza. También se sabía que el conde de Saboya, con más de quinientos hombres de armas, avanzaba para unirse a los franceses y estaba cerca; de hecho, interceptaría a algunos de los supervivientes franceses el día después de la batalla. El plan de Felipe era utilizar las flechas de largo alcance de sus ballesteros para diezmar la infantería enemiga, romper sus formaciones e infundir desánimo, a fin de permitir que los hombres de armas a caballo que lo acompañaban penetraran luego entre sus filas y los derrotaran. A pesar de este consejo, los franceses atacaron esa misma tarde.
A medida que avanzaba, una repentina tormenta estalló sobre el lugar, por lo que los arqueros ingleses desmontaron las cuerdas de los arcos para evitar que se aflojaran; los ballesteros genoveses no necesitaban tomar estas precauciones, ya que las cuerdas de las ballestas estaban hechas de cuero. Los ballesteros se enfrentaron a los arqueros ingleses en un duelo de tiro con arco, pero resultaron claramente derrotados por estos, cuya cadencia de tiro era más de tres veces superior a la suya. Los ballesteros además combatieron sin sus paveses protectores, que todavía estaban con el equipaje francés, al igual que la munición de reserva. El lodo también les estorbó la recarga de las ballestas, pues necesitaban presionar los estribos contra el suelo embarrado, lo que redujo su cadencia de tiro. Los italianos fueron rápidamente vencidos y huyeron porque eran conscientes de su vulnerabilidad sin los paveses, por lo que quizá solo hicieron un esfuerzo simbólico por parecer que combatían. Los caballeros y nobles que les seguían en la división de Alenzón, obstaculizados por los ballesteros mercenarios derrotados, los atacaron mientras se retiraban. Según la mayoría de los relatos contemporáneos, los ballesteros fueron considerados cobardes en el mejor de los casos y probablemente traidores, por lo que muchos de ellos fueron asesinados por los franceses. El choque de los genoveses en retirada con la caballería francesa que avanzaba desbarató la batalla francesa, al tiempo que los arqueros ingleses continuaban disparando contra la masa de tropas enemigas. La carga francesa se hizo de manera desordenada por su naturaleza improvisada, por tener que abrirse paso a través de los italianos que huían, por el suelo fangoso, por tener que cargar cuesta arriba y por las zanjas cavadas por los ingleses. Las nutridas y efectivas descargas de los arqueros ingleses debilitaron la arremetida y causaron muchas bajas. Es probable que los arqueros no disparasen hasta que tuvieran una posibilidad razonable de penetrar las armaduras francesas, es decir, cuando los jinetes enemigos se encontrasen a aproximadamente ochenta metros o menos. Los caballeros franceses tenían cierta protección merced a sus armaduras, pero sus monturas estaban completamente desguarnecidas y cayeron muertas o heridas en grandes cantidades, tirando o atrapando a sus jinetes y haciendo que las siguientes filas se desviaran para evitarlos, generando un desorden aún mayor. Los caballos heridos huyeron por la ladera presas del pánico.
Cuando la carga francesa alcanzó la apretada formación de hombres de armas y lanceros ingleses había perdido gran parte de su ímpetu. La infantería inglesa avanzó para rematar a los franceses heridos, saquear los cadáveres y recuperar flechas. Algunas fuentes dicen que Eduardo había dado órdenes de que, contrariamente a la costumbre, no se tomaran prisioneros; superado en número como estaba, no quería perder soldados por escoltar y vigilar a los cautivos. En cualquier caso, no hay constancia de que se hicieran prisioneros hasta el día siguiente, después de la batalla. Las nuevas formaciones de la caballería francesa se dispusieron al pie de la colina y repitieron la carga de Alenzón, pero sufrieron los mismos problemas que aquella, con la desventaja adicional de que el terreno sobre el que avanzaban estaba lleno de caballos y hombres muertos y heridos. Eduardo envió un destacamento de su batalla de reserva para asegurar la victoria; los franceses fueron rechazados por segunda vez, pero volvieron al ataque. Las filas inglesas habían quedado diezmadas por los repetidos asaltos enemigos, pero los hombres de la retaguardia avanzaron para llenar los huecos.
No hay consenso sobre el número de veces que cargaron los franceses, pero se sabe que continuaron hasta altas horas de la noche, cuando la oscuridad desordenó todavía más sus ataques. Todos tuvieron el mismo resultado: feroces combates seguidos de la retirada. En una de las acometidas, el conde de Blois ordenó desmontar a sus hombres y les hizo avanzar a pie; el cadáver del conde fue encontrado luego en el campo de batalla. La nobleza francesa se negó obstinadamente a ceder; no hubo falta de coraje en ninguno de los bandos.
Famoso es el lance del rey ciego Juan de Bohemia, que ató la brida de su caballo a las de sus ayudantes y juntos cargaron contra el enemigo en el crepúsculo, pero todos fueron descabalgados y muertos. Hay relatos sobre divisiones inglesas enteras que avanzaron para acabar con los supervivientes de las desordenadas cargas francesas y luego se retiraron en perfecto orden a sus posiciones originales. El propio rey Felipe se vio envuelto en los combates: le mataron dos caballos que montaba y le clavaron una flecha en la mandíbula. Algunos historiadores modernos han afirmado que esta cifra es demasiado reducida y que las bajas inglesas debieron de haber sido unas trescientas. Hasta la fecha, solo se han identificado dos ingleses muertos en la batalla. Del mismo modo, todas las fuentes de la época consideran que las bajas francesas fueron muy altas. Según un recuento realizado por los heraldos ingleses después de la batalla, se encontraron los cuerpos de 1542 hombres de armas de la nobleza francesa, más probablemente varios cientos de la persecución posterior. Los ingleses recuperaron más de dos mil doscientos escudos heráldicos del campo de batalla como botín de guerra. Cuatro mil caballeros franceses resultaron muertos en la batalla. Entre los caídos conocidos se encontraban dos reyes, nueve príncipes, diez condes, un duque, un arzobispo y un obispo. Las enormes bajas de los franceses también pueden atribuirse a los ideales de la caballería medieval, según los cuales los nobles debieron de preferir morir en la batalla a huir deshonrosamente del campo, especialmente a la vista de los demás caballeros. Alfred Burne aventura que hubo diez mil bajas en la infantería, si bien admite que esta cifra es “una pura suposición”, y un total de doce mil muertos franceses. Entre otros factores, los ingleses “se beneficiaron de una organización, cohesión y liderazgo superiores” y de “la indisciplina de los franceses”. Antes de la batalla de Crécy, Felipe VI de Francia, ordenó a sus caballeros cortar el dedo medio a todos los soldados británicos que fueran hechos prisioneros, para que jamás pudieran enarbolar un arco. Dado que la batalla acabó con la derrota francesa, los británicos mostraban su dedo a los prisioneros franceses en señal de burla. De ahí el origen del gesto, si bien, en la comedia de la Antigua Grecia, concretamente en la obra cómica Las nubes (423 a JC.) de Aristófanes ya se emplea ésta actitud. Este gesto se copió, como tantas otras costumbres griegas, en la Antigua Roma, donde el dedo medio era identificado como el digitus impudicus.
Azincourt 25 de octubre de 1415
La guerra de los Cien Años, que duró en realidad 116, fue el último gran conflicto feudal de la Edad Media. Los condes de Anjou, ahora casa reinante inglesa, poseían amplísimos y muy productivos territorios en el oeste y sudoeste de Francia, que por la batalla de Hastings (1066) pasaron a depender del trono inglés. El control de los ingentes recursos económicos de esas regiones desencadenaría la guerra de los Cien Años y, en definitiva, conduciría al enfrentamiento crucial en Azincourt.
La primera orden que Enrique V dio a sus jefes y soldados al desembarcar en el estuario del Sena frente a las puertas de Harfleur fue la siguiente: quedaban prohibidos, bajo pena de muerte, el pillaje, el saqueo, los incendios, las violaciones y todo tipo de molestias a la población civil. Más allá de la bondad o maldad intrínseca de su carácter (que no se conoce más que a través de los cronistas), la orden tenía un fin muy concreto. Enrique no creía estar conquistando terreno enemigo, sino recuperando tierras propias usurpadas por los franceses. La superioridad numérica inglesa era, empero, abrumadora. Un mensajero solitario logró salir de la ciudad y entregó al delfín Luis una carta en la que se le solicitaban refuerzos. La corona francesa, a pesar de todo, no hizo nada para salvar a Harfleur de la debacle. Pero el peor enemigo de los ingleses no tardó en aparecer: en los brezales y pantanos que rodeaban la ciudad bullía la disentería, que pronto hizo presa en los sitiadores. La diarrea que provocaba era líquida y hemorrágica, y nadie quedó libre de ella. Hasta los nobles y señores (que se veían obligados a beber el agua junto a donde defecaban los enfermos) pronto se contagiaron. Las bacterias pasaron a los peces que nadaban en las aguas y a los moluscos de la costa, que constituían el alimento principal de los ingleses, y los resultados fueron funestos.
A pesar de estas dificultades, Juan Holland consiguió capturar alrededor del 15 de septiembre el bastión que guardaba la puerta principal de Harfleur, y de ese modo los defensores comprendieron que su suerte estaba sellada. Se rindieron el día 23, luego de cinco semanas de asedio. Murieron unos 2 000 ingleses, la mayoría de disentería. Otros 2 000 fueron evacuados enfermos. Ciento sesenta kilómetros separaban a las tropas de Enrique de Calais, los suministros eran escasos y el ejército debía hacer numerosas paradas en atención a la diarrea de los soldados enfermos. Enrique, que necesitaba atravesar el río Somme, descubría con desesperación que el vado de Blanchetacque estaba bloqueado con estacas y cadenas y que, al otro lado, el condestable d´Albret con 6000 hombres impedían el paso hacia Abbeville. Aún peor, la orilla opuesta se encontraba defendida también por la fuerza que comandaba Guichard Dauphin, señor de Jaligny. El resto de puentes habían sido destruidos. La única alternativa de Enrique parecía ser continuar hacia el sur, hasta rebasar las nacientes del río. Este itinerario representaba aumentar la marcha en otros cien kilómetros. Enrique giró hacia el norte y entre Voyennes y Bethencourt encontró
unos vados practicables.
El 21 de octubre de 1415, las fuerzas de Enrique se pusieron en marcha otra vez, encontrando las huellas de un enorme contingente francés. Los especialistas ingleses determinaron, por la cantidad de pisadas, que los franceses les superaban en número de 1 a 3. Ello dibujó una triste perspectiva para la dramática situación de los hombres, que llevaban semanas hambrientos, enfermos y agotados, alimentándose con poco más que bayas de los bosques. Además, los franceses se desplazaban por delante de ellos, anticipándose en un día de ventaja, lo que les permitiría elegir el campo de batalla que más les conviniera. El ejército inglés cruzó un nuevo río (el Ternoise) y se encontró con el grueso del ejército francés a 4 Km, distancia que se redujo a menos de 1 Km al atardecer.
El terreno (lo que hoy llamamos “campo de batalla de Azincourt”) era de mala naturaleza y no ha cambiado en seis siglos. Está hoy, como lo estaba entonces, lleno de piedras y malezas, con solo algunos sectores arados con poco cuidado. Los ingleses estaban casi de retirada debido a la disentería, que los había diezmado y agotado antes de la batalla. Fue entonces cuando el audaz Enrique V ordenó que sus arqueros pelearan desnudos de la cintura para abajo, lo que les permitiría defecar al mismo tiempo que disparar como solo ellos sabían hacer.
El rey inglés desplegó su frente en el extremo opuesto del terreno y, siguiendo con la táctica usual de los ejércitos ingleses en la guerra de los Cien Años (que ya les había reportado grandes beneficios en la batalla de Crécy), colocó tres cuerpos de hombres de armas en el centro y dos grandes “cuñas” de arqueros en los lados, adelantadas en ángulo con respecto a sus compañeros, para componer una especie de “manga” o “embudo” desde donde poblar de fuego convergente a los atacantes que avanzaran sobre ellos.
En un rapto de inspiración genial, Enrique pensó que la caballería francesa intentaría atacar a los arqueros de los flancos. Por ello ordenó que cada arquero se proveyera de una estaca de 1,80 m de longitud, afilada por ambos extremos y clavada en el suelo apuntando en ángulo hacia el enemigo. Estas estacas, así como unas estructuras de madera llamadas «gradas», con estacas en los vértices, salvaron la vida de los arqueros demostrando constituir una defensa impenetrable para la caballería. La empalizada de estacas puntiagudas constituía un sistema de protección sólido pero, a la vez, móvil y flexible: dependiendo de la evolución táctica de la lucha, el arquero inglés podía cambiar su ubicación, llevándose su grada o estaca, para volver a colocarla en un nuevo lugar y continuar tan protegido como antes en la nueva posición. Ningún poderoso caballo de guerra se atrevería a cargar sobre él. Un testigo presencial indica que las puntas de las estacas debían quedar a la altura de la cintura del arquero, es decir, apuntando directamente al vientre del caballo atacante.
Los jefes franceses dispusieron en Azincourt una vanguardia de solo 6000 hombres (menor que la de los ingleses). Sin darse cuenta de que Enrique había adivinado su intención, los dos comandantes en jefe ordenaron a la caballería que, apenas comenzada la lid, se lanzaran sobre los arqueros ingleses de los flancos. Sus espías no sabían nada de las estacas y las gradas, lo que resultó funesto para el resultado de la lucha.
Una gran fuerza de caballería (más de mil jinetes) se situó aparte del resto de las tropas, en el extremo izquierdo y ligeramente atrás para atacar a los arqueros ingleses. Otros doscientos jinetes (hombres de armas de primer nivel) con la mitad de los pajes montados en los mejores caballos remanentes de sus señores, mandados por Lord Bosredon, fueron comisionados para flanquear a los ingleses y atacarlos por retaguardia. Había llovido esa noche y el terreno estaba resbaladizo e inseguro. El ejército inglés avanzó por el campo arado, aproximándose hasta unos 200 m del ejército enemigo (lo necesario para quedar fuera del alcance de sus arcos). Enrique V mandó que se clavaran nuevamente las estacas de protección de los flancos de arqueros y que se adoptaran las posiciones de combate. El rey, situado en el centro de la formación, estaba defendido por 900 hombres de armas.
La vanguardia francesa contaba con 6000 a 8000 hombres de armas, 1500 ballesteros y 4000 arqueros. El centro del ataque francés era igual o ligeramente inferior a la vanguardia. Sumaba entre 3000 y 6000 hombres de armas y servidores armados, todos ellos a las órdenes de los duques de Bar y Alençon y de los condes de Nevers, Roussy, Grand-pré, Vaudemont, Salines y Blaumont. Los artilleros estaban en esta sección, así como los arqueros y ballesteros. Fuentes francesas de la época señalan que no llegaron a disparar ni una sola flecha o venablo. La retaguardia estaba compuesta por unos 8000 a 10 000 hombres de armas montados.
Los acompañaban entre 16 000 y 20 000 no combatientes armados. Total entre 3 y 4 veces más que los ingleses. Los arqueros ingleses, con una formidable cadencia de tiro, cubrieron con inmensas y sucesivas nubes de flechas el avance enemigo. Se cree que este diluvio de muerte que descendía del cielo estimuló a los franceses a entrar en acción. Los ballesteros intentaron contraatacar, pero debieron retirarse por la superioridad del ataque de los arqueros ingleses. A continuación, d’Albret ordenó la carga de la caballería contra los flancos donde se parapetaban los arqueros, pero la misma constituyó un terrible fracaso: de los 800 jinetes del ala derecha solo atacaron 160, mientras que entre los 1000 del flanco izquierdo se produjeron deserciones semejantes. La inteligente decisión táctica de Enrique de apoyar a sus arqueros contra los dos bosquecillos, hicieron comprender a los caballeros la imposibilidad o inutilidad de los ataques sobre los flancos. Neutralizadas las cargas de caballería, la fuerza encargada de atacar la retaguardia inglesa hubo de desistir también de cumplir con la tarea asignada. La fuerza del centro francés, aunque confundida por el fracaso del ataque de la caballería sobre los flancos, intentó entonces avanzar hacia los estandartes del rey Enrique V (centro del ataque inglés), con la finalidad de capturarlo o eliminarlo. Cortando los astiles de sus lanzas, los hombres avanzaron sin guardar el orden de las filas. No obstante, el fracaso del ataque anterior les había condenado de antemano a la derrota, pues las formaciones de arqueros ingleses estaban intactas y conservaban su gran potencia de tiro. A medida que los franceses se iban internando en el “embudo” que conducía hacia la vanguardia inglesa eran masacrados por sucesivas “lluvias de flechas”, las cuales sembraban el caos y la muerte entre las tropas francesas. En ese momento, los arqueros ingleses comprendieron que sus arcos no tenían ya utilidad, porque en la salvaje melée, cuerpo a cuerpo en lucha desordenada e informe, tenían tantas posibilidades de acertarle a un amigo como a un enemigo. Por lo tanto, se deshicieron fríamente de los arcos y, empuñando las espadas, hachas y mazas, se lanzaron también al fragor de la lucha. Los arqueros carecían de armadura, hecho que constituyó una ventaja determinante en el enfrentamiento con los caballeros franceses, quienes, encerrados en sus pesadas armaduras, tenían muchas dificultades para desplazarse o incorporarse una vez derribados en el fangoso lodazal en el que se había convertido el arcilloso terreno de la batalla. En pocos minutos los mataron a todos. Por otra parte, el sentido del honor de los caballeros franceses les llevó a menospreciar los riesgos de rendirse en la lucha: equivocaron su concepto de que la melée era un duelo honorable, un lance singular uno contra otro en el que, al encontrarse vencido, se podía arrojar al suelo las armas o el guante y esperar un trato justo. Como es natural, los ingleses (muchos de ellos agotados y enfermos y, para colmo, campesinos e iletrados) no opinaban lo mismo. El duque de Alençon murió por este motivo: tras haber luchado con Enrique V, súbitamente le entregó sus armas. Enrique, sorprendido, las aceptó. Cuando Alençon inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento, fue rápidamente degollado por un arquero inglés que había echado mano a su afilada daga. A muchos otros nobles franceses les sucedieron desgracias similares. La segunda división francesa se sumó a la primera y fue también masacrada; la tercera, aún montada, decidió que lo mejor era retirarse prudentemente y se alejó al galope del campo de batalla. Todo el frente de batalla, la vanguardia francesa era un mar de confusión y caos, y los hombres y sus cabalgaduras caían, huían o morían masivamente. La batalla duró apenas media hora. Pero a primera hora de la tarde sucedió algo inesperado. El señor de Azincourt y otros hombres de armas autóctonos, atacaron por cuenta propia la retaguardia de Enrique irrumpieron en su campamento, matando a sus ocupantes (pajes y personal no combatiente) y apoderándose de los bienes y bagajes, incluyendo la corona regia y la espada incrustada de joyas del rey. Los jinetes de la tercera división francesa, reunieron a 600 de aquellos hombres de armas fugitivos y llevaron a cabo un último ataque montado que, como los anteriores, se estrelló contra las defensas de estacas puntiagudas, siendo dispersado por los arqueros y aniquilado con espadas y misericordias. Enrique ordenó pasar por las armas a todos los prisioneros.
Los nobles y caballeros ingleses consideraron la orden como poco honorable y se negaron a cumplirla, además que eran sus víctimas del mismo rango que ellos, perderían ocasión de cobrar excelentes rescates, incluso si habían sido capturados por plebeyos hombres de armas, en cuyo caso la posibilidad de recibir un rescate por sus cautivos aristócratas era mucho más fascinante. Sólo salvaron la vida el duque de Orleans y el de Borgoña. Todos los restantes prisioneros fueron ejecutados. Un escudero al mando de 200 arqueros cumplió la luctuosa orden. Como los franceses llevaban armaduras, los ingleses armados de hachas los mataron quitándoles el yelmo (casco), o alzándoles las viseras, dándoles hachazos en la cara y la cabeza o, sencillamente, introduciendo las misericordias por las ranuras de las viseras. Inglaterra había perdido entre 100 y 500 hombres. Francia entre 5 y 8 000 más los alrededor de 1000 capturados y asesinados después.
El caballero era un hombre adinerado que podía mantener varios caballos y había sido ascendido a ese estatus en una ceremonia oficial. Los hombres de armas eran soldados tanto de infantería como de caballería y estaban a las órdenes de un caballero. Tenían mayor rango que los arqueros. La armadura era el equipo clásico del hombre de armas. La base de la armadura era una cota de malla. Constaba de anillos de hierro entrelazados. Sobre esta cota de malla el caballero llevaba numerosas piezas de acero pulido que lo cubrían desde la cabeza hasta los pies. Completa, con todas sus piezas y con el yelmo o casco, la armadura pesaba casi 35 kg, siendo su principal desventaja el aumento de la temperatura en su interior. Esto provocaba que muchos hombres fuertes y sanos sucumbieran en medio del combate debido al golpe de calor.
El yelmo, si bien protegía el rostro y la cabeza, era la pieza más pesada y generadora de calor, dificultando la visión. Por ello muchos caballeros se lo quitaban cuando no era estrictamente necesario su uso. El escudo llevaba pintadas las armas de su propietario. Aparte de su obvia función de defensa, la identificación que suponía constituía una póliza de seguro para el combatiente. En caso de ser capturado, su escudo proclamaba su estatus social y la familia a la que pertenecía, lo que podía salvar su vida si el enemigo se contentaba con la posibilidad de cobrar un rescate a sus parientes por su libertad.
Las lanzas de este período estaban hechas de roble o fresno, medían más de 4 m y terminaban en una punta de acero fina y larga. Cuando el caballero se apeaba, cortaba el cabo de su lanza a 2 m para hacerla más manejable. Las espadas eran muy caras, solo los caballeros tenían el derecho y el dinero necesario para utilizarlas. Muchos combatientes preferían unas espadas más largas, que se empuñaban con ambas manos y se denominaban, por tanto, mandobles. Devastadoras cuando hacían blanco, eran, sin embargo, muy pesadas, requerían una gran fuerza física y tenían la desagradable costumbre de hacer girar al que la esgrimía (al lanzar un golpe horizontal), dejando al descubierto el flanco (lugar menos protegido por la armadura), la axila (propicia para un golpe de espada mortal) o la espalda.
La misericordia, fue muy usada en Azincourt. Este apodo se debía a que solía utilizársela para rematar heridos incurables en el campo de batalla. Se la usaba como último recurso: un soldado que había perdido sus otras armas podía aproximarse al caballero en armadura (a una distancia tan cercana que este no pudiese utilizar la alabarda, la espada ni el mandoble), pegarse a él y pasar la misericordia por la mirilla del casco. Este golpe, si se vivía lo suficiente como para asestarlo, era mortal de necesidad. Los arqueros ingleses llevaban dagas que introducían por las viseras de los caballeros que habían caído de sus caballos.
El arco largo inglés (longbow) fue uno de los principales responsables de la victoria de Azincourt. Era tan poderoso y efectivo que más de las dos terceras partes del ejército estuvieron formadas por arqueros. La ballesta era más precisa que los arcos y disparaba un proyectil más pesado y mucho más mortal. Sin embargo, tenía el inconveniente de su bajísima cadencia de disparo.
El arco estaba constituido por una pieza de tejo, fresno u olmo de 1,80 m de longitud. Solo se le colocaba la cuerda en el momento de usarlo, y el encordado de un arco podía hacerse en menos de 3 segundos si el arquero era experto. La cuerda debía usarse seca, y por ello se la transportaba en una bolsita de tela impermeable. Los arqueros y el arco largo (longbow) constituyeron la ventaja decisiva que permitió a los ingleses ganar la batalla. El mejor alcance de sus arcos (365 m de alcance total, 180 m de alcance efectivo y 50 m de mortalidad segura), y la gran cantidad de arqueros expertos que los ingleses habían venido entrenando desde tiempos de Eduardo II, hicieron estragos entre las tropas francesas.
Varios cientos de arqueros ingleses, con su excelente cadencia de disparo de 5 a 6 flechas por minuto (muy superior al de las ballestas, que alcanzaban 1, 2, o como mucho 3, proyectiles por minuto), podían aterrorizar a un ejército francés completo, espantar a sus cabalgaduras y desmoralizar a cualquiera que se viera sometido a una lluvia de estos mortales proyectiles. Los arcos ingleses desarrollaban potencias de entre 80 y 150 libras, que solo fue superado a mediados del siglo XIX. Cada arquero inglés llevaba 48 flechas en su carcaj. Habitualmente portaban dos en batalla. Los franceses confiaron más en las ballestas que en los arcos, y esta mala decisión le costó la vida a la mayoría de ellos. Las ballestas de
caza eran livianas y cortas, cómodas para usar desde un caballo. Las de guerra eran más largas y pesadas. El arco o duela era largo y fuerte y la culata lo igualaba en longitud. El proyectil (virote, dardo o saeta) medía entre 30 y 45 cm y era más recio que las flechas. Podía tener un alcance semejante al de los arcos, pero su escasa cadencia de fuego (2-3 por minuto en el mejor de los casos) le restaba efectividad. Esa era la gran desventaja de la ballesta frente al arco largo, ya que este podía disparar 6 flechas aproximadamente por minuto. En Azincourt se usó en el tiro raso (horizontal), pero también al modo de un mortero, con trayectorias altas y parabólicas para atacar a los lanceros de retaguardia. Recargar era una tarea penosa: podía hacerse con las manos, con un gancho atado al cinturón que el ballestero tensaba estirando la espalda, o por medio de un complicado torno. Se disparaba oprimiendo un gatillo.
Índice de imágenes
01.- Batalla de Poitiers.
02.- Carlos Martel en la batalla. Placa de Creil&Montereau.
03.- Otra representación de la batalla.
04.- Otón I del Sacro Imperio Romano-Germánico. Manuscriptum mediolanensis.
05.- La conquista magiar.
06.- Batalla de Lechfield en el río.
07.- Batalla de lechfield, techo.
08.- Batalla de Lechfield. Cripta de Aquileia. Italia.
09.-Cuerno de Guerra.
10.- Coronación de Harold II. Tapiz de Bayeux.
11.- Harald Hardrada. Vitral de Lerwick Town Hall. Shetland.
12.- Combate de Stanford Bridge.
13.- Harald Hardrada es herido en el cuello. Nordnorsk Kuntsmuseum.
14.- Desembarco de Guillermo en Hastings. Tapiz de Bayeux.
15.- Harold I muere de un flechazo en la cabeza. Tapiz de Bayeux.
16.- Representación de un berserher.
17.- Representación de berserkers.
18.- Monumento a la batalla de Stanford Bridge.
19.- Monumento a la batalla de Stanford Bridge. Detalle.
20.- Alexander Nevsky. Pintura.
21.- La carga de los Caballeros Teutones. S M Einsistein. Alexander Nevsky.
22.- La batalla sobre el hielo.
23.- La batalla sobre el hielo. S M Einsistein. Alexander Nevsky.
24.- La fractura del hielo en el lago Peipus.
25.- Caballero teutónico. S M Einsistein. Alexander Nevsky.
26.- Cartel anunciador del film. S M Einsistein. Alexander Nevsky.
27.- Alexander Nevsky ante Batu Khan.
28.- Monumento a Pierre de Cornique y Jan Breidel. Brujas.
29.- Defensa de Courtrai frente a la caballería.
30.- Tumba de Roberto d´Artois. Basílica de Saint Denis. París.
31.- Arquero inglés.
32.- Punta Bodkin.
33.- Eduardo III Plantagenet.
34.- Batalla de Crecy.
35.- Representación de la batalla de Crecy. Arqueros frente a ballesteros. Froissart.
36.- Felipe VI de Valois.
37.- Digitus impúdicus vs peineta.
38.- Enrique V de Anjou, rey de Inglaterra.
39.- Itinerario del ejército de Enrique V.
40.- Arquero inglés protegido por las estacas.
41.- Así pudo ser Azincourt.
42.- Representación de la batalla de Azincourt.
43.- Esquema de la batalla.
44.- Duque de Alençon. Vitral. Basílica de La Guerche. Bretaña.
45.- Asesinato de los vencidos.
46.- Cota de malla, composición de la misma y caballero acorazado.
47.- Espada del s XIV.
48.- Mandoble.
49.- Dos Misericordias.
50.- Vestimenta y armamento de un arquero.
51.- Ballestero cargando su arma.
52.- Ballestero.
53.- Ballestero cargando su ballesta.
54.- Caballeros acorazados. Metropolitan Museum. N. York.
Quedo sorprès per aquests articles de batalles ben documentades i amb fotos molt bones. Amic Alonso…no sabia aquest vessant bèl·lic en les teves aficions… Gracies pel treball. Teixi
Moltes gràcies Dr. Alonso Flores per aquest excel·lent article. Es força interessant, nosaltres l’hem editat, transformat a html el teu text, afegint híper-enllaços en diferents parts de l’article per donar més punts extres als lectors, amb enllaços a la wikipedia, per intentar esclarir una mica qui es qui dins d’aquest extens treball.
Gràcies de nou i esperem que continuïs col·laborant en la nostra plana web, que també es la teva i al resta d’associats a participar amb els seus comentaris que segur enriquiran més els continguts.